"P" le dedica un clásico de "Velvet Underground" a "K": "Venus in Furs", cuya letra alude al personaje que Masoch creó y, con ello, un término para sus placeres: el masoquismo.
HISTORIA DE "K"
Diarios de un par de erotómanos BDSM.
Hacia la noche...
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sábado, 4 de agosto de 2012
Regreso a BitterSweet 1.
Recapitulación.
"K" les ha hablado de "P" a sus padres. Se los ha presentado. No ha sido un episodio digno de ser narrado. Apenas una copa de vino, una conversación que hubo girado alrededor del capricho de la hija que se quiere casar, que se va a casar con un escritor de erotismo. "Open Mind" dicen ellos, "volvimos a México hacia los años 90s, pero crecimos en California. Mis padres migraron hace mucho allá."
Una semana de cine. Mariana y "K" se divierten mientras "P" trabaja. Sí, Mariana ha ido con ellos. El olor corporal de Mariana enloquece a "P".
-Mmmhhh... es mejor así, les imagino en la cama y gozo mientras escucho las ponencias -escribe al móvil.
Cuando los tres se encuentran en un hotel del centro del D.F., cerca del World Trade Center, juegan al GangBang. "P" fotografía la habitación para recordar cuando esté solo. Poco después Mariana les deja. Ha sido tan intensa la experiencia con Mariana que "K" no puede sentarse muy bien. Volverá a Jalapa dónde les esperará.
Pasa el tiempo, el verano llega. "P" recuerda algún libro de demonología:
-Kéteh Merirí, Señor del Mediodía y del Ardiente Verano... aléjate...
-¿Cómo? -pregunta "K".
-Que tenemos que irnos a coger a otro lado. De vacaciones... a las montañas... o a las montañas cerca del mar... La ruta de Cortés, dónde filmamos una escena del cortometraje. ¿Qué dices?
-Me llevo la camioneta de papá... sí.
-¡Jajaja! Me encantan tus padres... espero que me enseñes a manejar en el camino.
-¿Entonces a las montañas, Señor?
-A las montañas, nena... con el mar soplando de frente...
domingo, 3 de junio de 2012
Intermission
Historias de Noche…
“Imagina
a una diosa blanca danzando sobre las mesas en un bar de vampiros…” antes de
que “P” pueda decir más Mariana le besa y le silencia. Ella le aprieta las
tetillas, retorciéndolas entre sus dedos mientras él cierra los dedos en su
cuello hasta que pida ceder. “P” ha invitado a Mariana a verle. Ha accedido. Mariana
es la única mujer de quien se puede escribir su nombre en esta historia. Ma ria
na. Ma-ria-na. Mariana es el flujo de una fantasía que lleva ya muchos años
manteniéndose sobre la corriente. “P” piensa en ambos como un par de románticos
trasnochados, de cursis nocturnos. Mariana es, quizá, la única mujer de quien
puede decir que ha permanecido enamorado… de alguna forma. Es la mujer que, a
pesar de que cambie de pareja está ahí, para él y él para ella.
Ella
le ha dicho: “contigo le puse los cuernos a mi primer novio en aquella cama de
hotel, después de habernos conocido en aquél encuentro de escritores y volví a ponérselos
a mi segundo novio en el D.F.”
“P”
sonríe. Le dice: “pues contigo le puse los cuernos a mi primera esposa la vez
que tú se los pusiste a tu segundo novio”.
“Se
ríen, cómplices.
“Recuerdan:
iban en un autobús con otros dos chicos. Eran los únicos a bordo. Los otros
dos, sentados en el asiento al otro lado del pasillo, les escuchaban conversar.
Tenían el aspecto de criminales pero ponían excesiva atención a la conversación
de “P” y Mariana:
-¿Por
qué tienes esa cicatriz en el hombro?
-Porque
me gusta que me corten cuando tengo sexo.
“P”
siente crecer una erección.
-Mira
–le dice, le muestra la muñeca izquierda y las cicatrices- Intentos de
suicidio.
Los
criminales de al lado escuchan música pero ahora han bajado el sonido. Atienden.
-Ya
quiero llegar.
-Yo
también.
Acaso
esas palabras las dijo él primero, acaso ella. Son intercambiables y ambos se
han encontrado y ahora reconocido. Con el tiempo “P” escribiría una novela que
dedicará a Mariana. Ahí estará la anécdota, ahí narrará cómo se fueron a la
playa, después de una noche de sexo sin penetración, parafílico, sangriento, que
incluía el Golden Shower que él le haría a ella bajo la regadera antes de
bañarse, y al volver Mariana a su ciudad su madre –que no sabía dónde había
estado-, le soltaría: “hueles a mar”. Y ella se sorprendería.
“La
relación de “P” y Mariana se puede mantener porque ambos aman al otro sin
celos, sin lo que los autores de novelas baratas (a veces esto, piensa “P”, se
parece a una novela barata) denominan “ataduras”.
“P”
cuenta a Mariana la historia de “K”. No faltan detalles, incluyendo aquella
parte dónde le confiesa que “K” tiene 19 años. Mariana se ríe de buena gana. Añade
el que una chica le ha dicho en el inbox del Facebook: “Depredador, lobo, patán…”.
Mariana vuelve a reír.
-¿Y
acaso no eres un depredador? Deberías de sentirte orgulloso “P”.
“¿Sabes
que volví al Facebook solo por ella? Sí. Por “K”. No tenía el número de su
celular pero sí su nombre y apellidos, así que la busqué. La encontré. Ahora
tengo varias vías, en realidad, para saber dónde se encuentra cuando quiero
algo con ella. Pero ya te contaré de “K”. Antes permíteme contártelo todo…
desde el principio.
“Empezó
–narra “P”-, cuando decidí traer a Al, el cineasta peruano a la ciudad. Habíamos
coincidido en unas jornadas de cine y nuestros puntos de vista eran parecidos. Decidí
enseñarle la Ciudad de México primero. De nuestra habitación de hotel entraban
y salían las chicas, recuerdo dos: una morena mexicana que se sentó al lado de
él y una hermosa muñeca catalana, delgada y rubia que estaba a mi lado. Ambas fumaban
hachís y fueron tan buena onda como para invitarnos. De ahí la noche se
prolongó durante días incluyendo una fiesta con unos productores en Coyoacán dónde
terminé compartiendo la mesa y los labios de dos maquillistas cinematográficas.
Al y yo compramos los boletos para el autobús que nos llevaría al puerto. Le había
advertido que no bebiera cervezas porque no lo dejarían abordar. Al alegó que
en Perú no pasaba eso, Yo me reía diciendo que en México sí, Al que eso era
estúpido, yo que sería estúpido si a ambos no nos dejaban abordar por su culpa,
así que compré un café e intentamos pasar el arco antimetales. Pasé pero el
policía detuvo a Al. Tuve que alegar que era un sudamericano que no sabía de estúpidas
reglas mexicanas. Tras casi pasar la hora de salida él sujeto nos dejó pasar
diciendo que no nos permitirían abordar, que eran unos mamones los de esa línea
de autobuses. Abordé yo, y como suponía, a Al le dejaron abajo. La mujer policía
fue hasta mi asiento para advertirme que mi compañero no viajaría. En la puerta
le miré:
-No
te preocupes, me voy en la próxima salida.
“Supuse
que Al, simplemente se quedaría en la Ciudad de México, volaría a Perú y ahí
acabaría todo pero no fue así. Una llamada a mi celular al día siguiente me
hizo saber que Al había logrado colarse en un autobús de segunda y había
llegado. Como durante las jornadas de cine habíamos andado juntos no nos habíamos
molestado en apuntar los teléfonos o correos electrónicos del otro, así que había
tenido que llamar al Instituto de Cinematografía dónde le proporcionaron mi
número. Al llegar al puerto le llevé a un hotel barato. Por la tarde fuimos al
cine a intentar ver una película de la muestra internacional pero a quien vimos
fue a un amigo gay, “R”, dueño de una hermosa finca que es un desarrollo
ecoturístico a la vez. Presenté a Al con él. “R” preguntó qué haríamos al día
siguiente. Le dije que pensábamos ir a las ruinas arqueológicas del Tajín. Él opinó
que antes fuéramos a su finca.
“Dice
el mito hebreo que antes que Eva fue Lilith, la primera mujer de Adán, en
realidad un espíritu, quien le enseñó el placer de la carne. Así, antes que “K”
fue Chris, también llamada Mya. Chris nos miró en un restaurante, en la
calurosa noche del puerto y se sentó con nosotros. Terminamos con ella en un
hotel. Tres. Y gritamos toda la noche. El hotelero iba a callarnos a cada rato.
Chris lloraba por momentos, recordando a sus hijos que mantienen alejados de
ella mientras se drogaba. También le declamé aquel verso de Byron:
“La
espalda al ángel volteé
Y por
el sendero del pecado caminé,
Doce
pasos, doce campanadas,
Hasta
la puerta dónde nunca entré”
“A
lo Chris respondió: quieres cogerme. La mañana llegó húmeda, cansada, con el
cuarto lleno de humo de cigarro. “R” me envió un mensaje al celular. Debo decir
que había olvidado a “R”. De mala gana fuimos a un lugar céntrico para
esperarlo. A bordo de la camioneta iba “I” un actor que estaba haciendo los
storyboards de una historia que quería filmar. Preguntó quienes éramos y qué hacíamos.
-Venimos
de unas jornadas de cine. Hubo gente de Brasil, Francia, España, en fin…
yanquis incluidos. Nos hicimos amigos de muchos de ellos. Él viene de Perú.
-¿Y
tú eres actriz? –le preguntaron a Mya.
Ella,
sentada a mi lado, sólo dijo:
-¡Yo
soy pura cabrona!
“I”
se sorprendió por el encuentro. Quizá habría posibilidad de hacer algo, de
colaborar. Un guionista, un director de cine, un actor, una putilla que no
cobra por dar las nalgas a un par de locos que conoce en un restaurante bar nocturno…
¡A toda madre!
“Pasamos
una tarde de humo verde, nadando en el río, persiguiéndonos entre el bambú y
los naranjos. Entonces Chris o Mya le pidió permiso a “R” de desnudarse. Los
hombres y los gays terminamos con toallas en la cintura. Mya, morena clara de
cabello de negra, se paseaba en todo su perturbador esplendor por la finca. Durante
media hora se sentó sobre mi mano mientras yo le metía los dedos en el ano y, como
podía, entre los labios vaginales mientras hablábamos de cine y futuras
colaboraciones culturales.
“Fui
al baño de la cabaña a orinar. A mi regreso encontré a Chris que, llevando una
toalla, me soltó en el sendero de piedra:
-¿Quieres
venir conmigo a la cabaña? –su sola pregunta me la levantó de súbito.
-Claro
que sí, nena –dije.
“Sobre
una pantalla, colocada a un lado de la barra del restaurante al aire libre que
da al río, pasaban el video de los Doors:
“Al
ritmo de “light my fire” le seguí mirándole las nalgas, pensando en esa frase
de Bataille cuando el cliente le mira el culo a la puta que le lleva, escaleras
arriba, a los cuartos dónde se acostará con ella en un mero intercambio económico:
“¡la que va para arriba!” y ella no dejaba de fumar en su pipa de barro.
“En
la cabaña explicó: le conté mi fantasía a “R”, quiero que me cojan entre todos.
Nunca he hecho una orgía. Quiero que me la metan los cuatro. La cogí del
cuello, de mala forma la tiré sobre los cojines de la banca de piedra que rodea
el muro circular de la cabaña. Me desnudé de inmediato y la penetré. En unos
segundos, mientras ella gemía y yo la gozaba, aparecieron Al, “R” e “I”, con
cámara y celulares para filmarnos. “R” rodeó la cabaña, se situó en el exterior
de la ventana de cristal que da sobre la banca de piedra, justo sobre el ojo de
agua con nenúfares que está al pie del muro, afuera. No dejaba de grabarnos. Al
se quedó a la entrada de la cabaña, buscando ángulos, y la forma en que la luz
tiñera mejor la escena. “I” grababa sin ton ni son. Dos colores de piel. Morena
y blanco. Uno de pie metiéndosela a la otra como a una gata sobre los cojines.
“¿Recuerdas
que puse una nota aclaratoria en mi muro de Facebook? Decía: “desmentido, no
hice una película pornográfica con una negra. Negra sólo tiene el alma”. Chris,
pudorosa, se cubrió la cara con un cojín. Eso me desconcentró… ¡y yo que quería
seguir! Ella dio al traste con su propia fantasía y yo no pude terminar en ella.
Yo le hablé de Dionisio el dios del éxtasis y cómo Jim Morrison se casó con una
bruja wicce a quien destruyó porque nadie puede atrapar a un hijo de Dionisio. Le
dije que soy un seguidor del dios y del mismo dios cornudo que los seguidores de
la wicca adoran. Mya escuchaba maravillada, más maravillada que consciente
mientras volaba…
“Amanecimos
a la orilla del río. Locos, ciegos, sordos. “R” nos llevó a una casa dónde,
entre la maleza, encontramos una estela prehispánica. Y una niña, la nieta del
dueño de la casa en cuyo patio está la piedra, que contaba una historia sobre
la pieza aquella. Durante la noche hablamos de la posibilidad de filmar un
cortometraje: la estela sería como un McGuffin que desataría una historia mística.
“R” nos enseñó una puerta roja con vitrales de su propio diseño. La añadiríamos
al corto. Partimos a la ciudad dónde Al llamó al aeropuerto para cancelar el
boleto. Le dieron prorroga de un mes. Mientras “R” daba vuelta a la manzana
tratando de encontrar estacionamiento dejó en la calle a “I” y a Al quienes
fueron a buscar un ciber café. Le pedí que se orillara y nos dejara ahí. Me
metí con Chris en un hotel a terminar lo que nos habían interrumpido. La chica se
movía como látigo, apretándome exquisitamente con sus paredes vaginales, no
intenté nada con ella más allá del sexo descafeinado. “Tan sólo es una
prostituta” como dijera el dramaturgo John Ford.
“Esa
es la historia de Chris a quien rencontraríamos durante la filmación del corto.
Aparecía de repente, en bares, restaurantes, como un pinche demonio. En una de
esas me increpó: “hola mi amor… estoy embarazada y es de ti”
Mariana
ríe.
-¿Cómo
conocieron a “K”?
-Al
principio de la filmación estuvo Chris, al final y ahora ha estado “K”.
“De
todas las chicas que entraron y salieron del rodaje ellas estuvieron al
principio y al final. La línea se cierra. Es un círculo. Un Triskel. Y fue así:
la última escena se filmaría en las ruinas del Tajín pero no nos concedieron
los permisos así que recordé que existe un lugar, en la costa de Veracruz,
llamada Quiahuistlán, dónde hay una serie de tumbas prehispánicas con forma de pirámides
en miniatura. Está sobre “la ruta de Cortés”, así que allá nos encaminamos,
bailando por la calle Al y yo mientras “I” tocaba una ridícula flauta de
carrizo de esas que usan los totonacas, los indígenas de Papantla. Íbamos borrachos
con cerveza y alcohol barato (por un mes dejé el buen vino tinto sin importarme
demasiado debido a la marea que nos envolvió), entramos al mercado municipal
dónde habíamos estado rodando una secuencia larga y alucinada con la
complicidad de todos los locatarios a despedirnos. No dejábamos de bailar. Los
locatarios reían y saludaban, nos abrazaban. Fue al doblar la esquina. Ella estaba
ahí. Vestida como un sueño darkie, con piercings en los labios. Se me fueron
los ojos sobre su cuerpo delgado, casi infantil. Al comenzó a hablarle primero.
Bromeábamos con ella sobre cosas que he olvidado. Al principio pareció
evadirnos pero luego se rió de buena gana. Nos dijo que estaba pensando y decidiendo
si viajaría o no a ver a su esposo. Fue Al quien le propuso que nos tomara como
esposos a nosotros. Que éramos gente de cine, que esto y lo otro. Yo le miré, a
él quiero decir, pues se me había adelantado y ella nos miraba con unos ojos
que no supe interpretar. Soltó un “Ok” por respuesta.
-¿En
serio vas con nosotros? –dijo “I”, asombrado.
-Sí,
sí voy –contestó. Y, la verdad, nos había sorprendido a los tres.
“En
ese momento decidí que tenía que ir con ellos. Al principio sólo iría a
despedirlos hasta el autobús. Un autobús barato que los llevaría a una ciudad
dónde transbordarían y así hasta llegar al destino.
Yo llevaba poco dinero pero dije que no
llevaba nada. Fue el primer anzuelo. “K” me miró y dijo:
-Somos
cuatro y quiero que sigamos siendo cuatro, por favor. Yo puedo prestarte dinero-.
Ella había picado como una trucha de río.
“El terreno
desde dónde partían los autobuses era caliente y polvoriento. El autobús era
incómodo y escogimos los asientos traseros. Durante toda la ruta, entre ranchos
verdes y caminos rurales que nos sacarían a la playa “K” se sentaba por turno
sobre las piernas de cada uno, besándonos entregada a la vez que bebíamos más y
más. Luego le metimos mano y dedos y lo que pudimos. El autobús estaba caliente
y ardió. El boletero caminaba por el pasillo mirándonos de reojo o, de plano,
de frente mientras ella, con la blusa abajo nos enseñaba las tetitas para
chuparlas. Al ser tres tuvimos la cortesía de ceder el turno a dos y el otro
esperar. El chofer miraba por el espejo retrovisor. Por un momento temí que el
sujeto dejara el volante y nos estrellara. Las dos mujeres que iban en los
asientos contiguos, delante, parecían escandalizadas. “K” estaba babeada, la
ropa estirada y nuestros dedos entraban y salían por sus orificios. Fue “I”
quien descubrió los anillos de sus labios vaginales y me lo dijo. Lo comprobé
por mi mismo. Así, entrando y saliendo de ella nuestras manos, dedos y labios, llegamos
a esa ciudad calurosa. “I” le preguntó a la mujer que iba en el asiento de adelante
dónde quedaba el sitio de autobuses. La mujer, que había parecido escandalizada
por lo que hacíamos con “K”, sonrío de buena gana, dijo algo alusivo a que nos
había visto todo el camino haciendo aquello. Le solté si quería seguir con
nosotros, que la invitábamos, así sólo faltaría una chica para completar el
sexteto. La mujer empezó a reírse pero no se negó. Nos acompañó durante dos
cuadras mientras yo me quedaba atrás para besar a nuestra nueva adquisición y
morderle el piercing del labio. “I” despidió a la amable pasajera besándole la
boca. La mujer se fue caminando, volteando un poco antes de desaparecer.
“Encontramos
el segundo autobús y seguimos turnándonos a “K” hasta que quedó con el
delineador de los ojos corrido por el sudor, despeinada y maravillada por la
experiencia. “I”, en un acto vulgar, conectó el móvil y puso un video de
YouTube:
“Lo
que recuerdo es el cigarro que compramos en la farmacia que estaba justo sobre
la acera dónde el autobús nos dejó. El cigarro que compartimos y a “K”, la
chica que compartimos, y cómo Al la levantó en brazos a través de las calles,
hasta la playa. La tarde se oscurecía y me la pasó a mí para entrar a una
tienda a comprar cervezas. Delgada, la sostuve en alto mientras me llenaba de
una alegría que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. “K” nos pertenecía
y la gente, turistas europeos que abarrotaban las calles, miraban sin mucha
sorpresa lo que hacíamos. Y ahí estaba la arena y el mar. Y ahí la noche que
oscurecía. Al entró al agua. Los silbidos comenzaron. “K” le siguió con una
cerveza. Más silbidos. Nos rodearon cuatro salvavidas con silbatos colgándoles del
cuelo.
“Alguno
habló de llamar a la policía. “K” salió del mar. Otra vez tuve que dar la
explicación del peruano ignorante de las leyes de este país. Que ni siquiera
nosotros sabíamos que la playa se cerraba a las 8 de la noche y mucho menos que
estaba prohibido entrar al agua con bebidas alcohólicas. Los salvavidas se
calmaron cuando Al, después de desafiarlos unos segundos en que se arrojó sobre
las olas una y otra vez, de espaldas, salió sin mucha prisa y se acercó a
nosotros y a los salvavidas. Tras unas palabras con ellos se fueron. Gocé la
noche y a la muchacha. Gocé el gozo de mis amigos. El mar estaba tranquilo y
fantasmas cuyas caras no veía se movían por la playa, solos o en parejas, poco a
poco dejando sola la arena y el mar.
“En
ese momento decidí que tenía que volver…
-¿Qué?
–pregunta Mariana- ¿Y volviste?
-Sí.
Ella me dio el dinero y se fue a un hotel con ellos. Le dejé mi número de
celular. Le hice prometer que me llamara al día siguiente como había decidido. Yo
regresé en un taxi hasta otra ciudad. De ahí transbordé en un autobús de
segunda hasta una nueva ciudad, cansado, durmiéndome todo el camino y no
esperando nada. Al llevaba el material del cortometraje sin editar, a Lima,
Perú, dónde una vez editado y musicalizado, será exhibido en las fronteras de
todos los países andinos y en Brasil.
-¿Y “K”?
-Bueno.
A la mañana siguiente me llamó al celular. Sin pensarlo salí tras ella. Nos encontramos,
nos fuimos a un hotel y cuando se sacó los pantalones vi que no llevaba nada
debajo. La explicación que dio fue que nuestros amigos la habían despertado
después de usarla como a una puta diciéndole que tenían prisa, que se vistiera rápido
y salieron a filmar al lugar acordado.
“Así
me fue entregada “K”, mi esclava dispuesta a ser tuya si se lo pido. ¿Sabes?
Recuerdo aquella niña… ¿tendría unos diecisiete años? Aquella que me dijiste
que te había gustado. Era la hija del alcalde anfitrión durante aquel encuentro
de escritores… cómo deseé tenerla con nosotros en un cuarto de hotel. Que la
gozaras y yo te viera gozarla…
-¡Oh,
sí!... pero hoy… el resto es historia…
-La
Historia de “K”… a la que se ha unido “A” de quien te hablaré luego y ahora tú.
-¿Quién
es ella?
-Se
ha ido a Ciudad de México… dónde “K” y yo viajaremos pasado mañana.
A “P”
se le ocurre algo:
-¿Quieres
ir? –le pregunta a ella.
Mariana
sonríe.
-Sí –dice-.
Quiero jugar unos días…
-Juguemos
entonces… cabalguemos juntos…
domingo, 27 de mayo de 2012
La confesión.
I.- El encuentro.
-Si una
mujer te dice: “puedo hacerlo mejor que tú… puedo mejorar cualquier cosa que
hagas con tal de destruirme, llegar muy lejos… lo sé, eres capaz de
contestarle: nena, te espero en la meta”
“P” se
ríe. “A” un viejo amor de la adolescencia ha llegado. Se han encontrado en una
calle céntrica. Para ambos ha sido una sorpresa. “A” es madre, se lo cuenta
ante una taza de café.
-Siempre
quise encontrarte ¿sabes? –le dice “P”-, en Ciudad de México, quiero decir.
Siempre quise llamarte, encontrarme contigo, tener algo contigo… el que
estuvieras casada le aportaba un grado de morbo dulce-amargo al hipotético
encuentro. Y encima madre de esa niña…
-Pero no
lo hiciste… tú querías una hija que pude darte…
Él ríe.
-No hay
nada tuyo en Facebook, busqué y sólo supe tu dirección y teléfono, pero no me
atreví al saber que era el teléfono de tu casa. Podía haber contestado tu
esposo.
-¿Ya ves?
No hay nada… Sólo mi hija…
-Ahora no
hay nada… para ti… para mí siempre ha habido.
-Sigues
siendo un romántico incorregible. Aquél que decía amarme…
-Tu
chilanga madre –“P” se ríe-, así la llamaba mi amigo “Mo” ¿sabes? a él no le
caía bien –“A” cierra los puños y frunce los labios-, discúlpame, tu madre no
me quería ¿recuerdas?... en fin, te cuento: ella, tu madre, me dijo que yo no
podría amar a alguien jamás. Que lo mío era una novedad de tres a seis meses,
luego venía el tedio. Y tenía razón. Sexo a tope por unos meses. Eso se lo hice
a la chica hippie… debo hablarte de la chica hippie y mi encuentro con el folklore
mexicano… se lo hice…
-¿Quieres
caminar?
Se
levantan. Caminan como amigos aunque las ansias son muchas. En una calle poco transitada
“A” se detiene, lo que hace detenerse a “P” un poco sorprendido, a su lado. Ella
acerca el calor de su cuerpo a él. “P” recibe ese cuerpo extraordinario, esa
piel morena y ese cabello largo que recuerda oliendo a almendras hace ya,
muchos años. Y las tetas que chupaba deliciosamente, sentados a horcajadas, uno
frente al otro, en una posición tántrica, sobre un mueble de madera en la casa
de una tía, ya fallecida, a la que iban a follar libremente. Otra época en la
cual ninguno se conocía a sí mismo aún porque nao se había visto en el espejo empañado
del amor distinto, de lo que se ha venido llamando sexo “alternativo” aunque ya
intuido.
-No más
sexo descafeinado, nena… te quiero para otra cosa… deseo mostrarte algo.
“P”
levanta su guayabera y le muestra la espalda. “A” mira el tatuaje:
-¿Ahora usas
tatuajes?... ¡No manches!... “S.S.C.”… ¡La tríada BDSM! ¿Qué ha pasado contigo?
-Mira
esta –le muestra una en su teléfono móvil-. Es cuando me lo estaban haciendo.
-¿No te
dolió? Tienes la piel súper enrojecida… ¿qué pedo contigo?
Él ríe.
-Surgí
otra vez, volví…
-¿A poco
era cierto lo de la casona y las orgías, las niñas bien que se vendían…?
-Y tú no
me creías. Yo te fui sincero, honesto. Tu novio era un explorador de la carne…
Olvídalo. ¿Sabes? Te imaginaba. Te imaginaba por las noches cuando estaba con otras…
recordaba este cuerpo de puta que tienes. Recordaba tus tetas y esas nalgas… te
imaginaba cogiendo como perra con tu marido. Alguna vez sentí celos… luego me
pasó algo maravilloso. Quizá no me creas pero me pasa con todas las mujeres que
han compartido mi vida: las imagino cogiendo con sus parejas actuales. Primero siento
unos celos amargos que se transforman en algo dulce como veneno: Termino
teniendo erecciones enormes y excitándome. Ahora me imagino a mis ex mujeres en
la cama con otro o con muchos: eso me alimenta. Me recorre por la espina dorsal
una descarga eléctrica que estalla en mi verga. Me sacudo. Es tan, pero tan
excitante, que ahora cada vez que quiero imagino cogiendo a mis ex parejas… es
un acto vampírico. Ellas no lo saben pero yo estoy ahí con ellas. Estuve
contigo mientras tu esposo te fecundaba y te preñaba de tu hija. Esa niña es mi
hija también. Yo sentí cómo él eyaculaba, explotaba, te quemaba por dentro, te
llenaba, como se te derramaba completo. ¿Te platiqué que supe cuando engendré a
mi hija? Fue la misma poderosa sensación. La sentí bajar por la columna
vertebral y vaciarse en el útero de su madre. Sabía de ella antes de nacer. Hasta
escogí su nombre. Un nombre celta tenía que ser… Hice alquimia… ¿Comprendes?
No, no entiendes. Bueno, sabías que quería tener hijas… Algún día te explicaré…
Ahora, cuando no tengo sexo, pienso en todas ustedes, esté dónde esté: en el
cine, en una piscina, en medio de una conferencia… ¡Y eyaculo! Me quedo
temblando. Unos segundos de tiempo doblado. Luego no necesito comer. Ya me he
alimentado. Por la calle, hombres y mujeres me miran. Hay una como electricidad
estática en mi piel, brillan mis ojos, veo perfectamente a pesar de mi miopía…
-No te
creo…
-No te
pido que me creas.
-¿Vamos
al cine? Después…
-No.
-¿No?
Pensé que después de quince años sin verme…
-¡Espera,
no he dicho que no quiero! –ríe-. Antes debes conocer a alguien. Quiero hacer
un trato contigo. Mañana es sábado. Te llamaré por la tarde. Por la noche
estaremos juntos.
II.- Un largo fin de semana.
“P” va
con su amigo librero. En la complicidad de las letras caben también los
libreros. El viejo “lobo estepario” como gusta llamarle “P” al dueño de la
librería sonríe al verle. A “P” se le van los ojos entre las estanterías. Una
vez el librero le confesó: “Eres mi mejor cliente y mi amigo. En tus ojos está
la avidez por el libro, buscas entre los estantes y encuentras más de lo que
viniste a buscar”. Su amigo entrega a “P” un paquete cuidadosamente envuelto en
papel negro y atado con un cordel. “P” paga. Su amigo sólo admite la mitad del
dinero. Hay dos libros dentro pero uno se lo ha obsequiado. Guarda el paquete
en la maleta de cuero dónde lleva, también, la lap top.
“P” no
usa reloj. El viejo teléfono móvil es, a la vez, una colección de números de antiguas
amantes y una larga letanía de mensajes amorosos o francamente obscenos de
tantas otras chicas y mujeres que se los envían. A veces no recuerda quién es
la chica o la mujer que le ha enviado determinado mensaje. Una vez recibió por
tres noches seguidas fragmentos de su novela que trata sobre darkies y
orquídeas. “P” nunca supo quién era tal mujer. “P” piensa, alguna vez, dar esa
lista a un editor. Sería maravilloso hacer un libro con esos mensajes y
recordar… Pero sobre todo el móvil es un reloj que marca, para “P”, el
continuum del sexo en una línea sin pasado ni futuro. Mira la hora. Aguarda en
una esquina. No tiene necesidad de fumar, no tiene esa adicción que considera propia
de mentes débiles, pero esta tarde ha comprado cigarros. Fuma un poco.
“K” llega
por la esquina. Ante la presencia de “P” sonríe, baja la cabeza. Él le levanta
el mentón con dos dedos. Con dos dedos entreabre sus labios. Ella cierra los
ojos.
-¿Cómo va
el tatuaje? –le dice.
-Bien, me
he puesto la pomada.
-¿Sientes
comezón? Yo sí.
-Sí.
-Tengo
algo para ti. Primero vamos al cuarto y ahí abres el paquete-. Le entrega los
libros.
En el
aislamiento del cuarto “P” se siente cómodo. Fuera está un mundo. Dentro existe
otro: ampliado, hecho de cuero y fuego, de metales y sangre.
-¿Qué
pasará hoy, qué me enseñarás? –se sienta en la cama.
-Desenvuelve
tu regalo.
Ella
rompe el papel negro, desliza el cordel y libera los libros:
-“Historia
de O” de Pauline Réage. “El erotismo” de Georges Bataille.
-Léelos,
entenderás muchas cosas.
Ella baja
la vista mientras él abre la maleta de piel y extrae la venda.
-Quiero
decirte algo…
-Yo
también –dice él, sin verle.
-Yo… ya
había leído el libro.
-Lo sé –dice
“P” sin mirarla mientras saca la venda.
-¿Lo
sabes?
-¿Por qué
crees que te inicié tan rápido? Te reconocí en cuanto te vi. Eres como yo. Cuando
mis amigos y yo, cuando el director de cine cuyo nombre siempre olvidas y el
actor que tanto te gustó, te encontramos en la calle, supe quién eras. Mejor dicho
qué eras. Lo vi en tus piercings. Lo noté en tus ojos.
-Eso no
es cierto –Él la encara. Se sienta a su lado, en la cama.
-¡No me
hables así! ¿Cuántos amos has tenido antes?
-No he
tenido amos, eres el primero…
-Pero tú
sabes de este mundo. Alguien te enseñó ciertas cosas.
-No como
tú. Y jamás he conocido otra sumisa.
-Te
quiero 24/7… pero es imposible mantener el ritmo. Acabo de conocer a una sumisa
en Facebook. Ella me recordó eso. Es imposible mantener el ritmo sin que involucres
el corazón. Es mejor vernos de vez en cuando. Pero a veces te necesito.
-Yo
necesito tu dolor, el que me das…
-¡No
vayamos a terminar vainillas! Espaciemos los encuentros. Yo ahora viajo mucho.
Es mejor así. Ahora te diré lo que quiero que oigas: no soy un sádico… a ver,
déjame pensar… debe haber un porcentaje de amos que buscamos más que eso
solamente. Quiero decir: soy un sádico pero… -trata de encontrar las palabras
adecuadas-, a veces tengo periodos largos… –él baja la vista, ella mira ese perfil
alargado por la barba crecida, negra, dónde ya rayan algunas canas, un perfil
de ave rapaz-. Tengo periodos de asexualidad. Me retraigo a mi mismo. Busco. Leo
evangelios apócrifos, ¿sabes que tengo una tradición de escribir cuentos al
estilo de evangelios falsos cada Semana Santa? En fin, la cuestión es que el
sexo no me da mucho. Siempre quise más: alcanzar otra cosa. Nosotros, los de
este mundo, somos quienes más nos acercamos a una revelación. Lo que se llama
TopSpace: ver cosas, tener visiones mientras inflijo dolor. Tú has alcanzado el
SubSpace: las visiones que una sumisa o una esclava, que no es lo mismo… son
grados… en fin, tú has experimentado visiones…
-¿Qué
buscas?
-No sé…
ver… saber… Desnúdate. Te pondré la venda.
Ella lo
hace. Él lo hace. Y también se desnuda. “P” la atrae hacia él. Recuesta el
cuerpo tibio de “K” sobre su cuerpo, le penetra por detrás. Pasa un brazo
alrededor de su cuello, ella siente que le asfixia mientras le penetra con
fuerza. Entonces ”K” se sorprende. Sobre ella siente la tibieza de otro cuerpo.
Alguien le penetra por la vagina con un pene duro, largo, grueso. El cuerpo
sobre ella pesa. Le penetran con delicadeza primero y con furia después. Ella separa
las piernas, abierta, fluyendo, sorprendida. Siente una abundante cabellera
larga que se suelta sobre su cara. Separa los brazos, se entrega. Es una “X”
humana. Una cruz de San Andrés. Una cruz de aspas… un molino de viento entre
dos vergas que le muelen por dentro.
Los tres
se duermen un rato. “P” despierta primero. Va a la mesa y se sirve agua de la
botella de cortesía del hotel. “A” abre los ojos ante el ruido.
-¡Qué bonita…
y joven! Es casi una niña… es aún mejor en persona que en las tres fotos que
subiste a tu muro de Facebook.
-¡Ah,
anduviste curioseando! Una niña, quizá, que sabe más que tú y casi cualquiera con
las que he estado antes. Por eso me ha enganchado. ¿Aún duerme?
-Sí ¿A
poco sí te enganchaste?-. Ella se desabrocha el cinturón con el pene de cuero adosado.
Él no responde.
“P” la llama
con un dedo. Le ofrece agua. Ella va a coger el vaso cuando él lo acerca a sus
labios. Le obliga a beber hasta que el agua se vierte y escurre de su boca. Escucha
cómo golpea el vidrio frío en sus dientes y se deleita en la maldad que siente
al empujar el cristal, hiriéndole la parte interna de sus labios.
Ella se
deleita en el ligero dolor.
-Ven –“P”
coge la mano de “A” y la lleva al baño. Le pone debajo de la regadera y mira
largamente ese cuerpo moreno, esa mujer casi tan alta como él y de caderas anchas,
de nalgas maravillosamente redondas, de tetas turgentes. Pone una mano en su
vientre, mete un dedo en su ombligo. Abre la llave y voltea el cuerpo de “A” de
modo que quede mirando la pared. Se la folla por detrás y desde atrás. Le levanta
una pierna. Sigue con ella, hacen ruido. “K” asoma tímidamente la cabeza por la
puerta del baño. “P” voltea sin dejar de moverse dentro de “A”.
-Ven,
pasa, no te quedes ahí.
“K” entra.
En la mano lleva la venda que deja caer al suelo. Ver el cuerpo delgado y más
bajo de “K”, sus pechos pequeños, el tatuaje, las perforaciones, al lado de la
morena “A” es para “P” un contraste salvaje. Parecen una niña y una bacante
juntas. En cierta forma lo son. Pero a la vez es un engaño. Una sabe más que la
otra y eso lo sabe.
-“K” te
presento a “A”, mi primer “amor”, entre comillas… alguna vez modelo y la mujer
que me envidiaron mis compañeros de universidad… con diversión de nuestra parte…
“A”,
penetrada aún, mira atrás.
-Un
placer… -gime cuando “P” le abandona, le lastima al retirarse de ella.
-Preséntense
como es debido, ahora vuelvo.
“P” sale
escurriendo agua y va a por el dildo con cinturón. Vuelve bajo la regadera. Lleva
el cinturón sobre el hombro. Las chicas se besan, se acarician. “A” mete los
dedos en la vagina de “K” y ella hunde un dedo entre las nalgas de “A”. Ambas
tienen los ojos cerrados. “P” pone una mano sobre el hombro de “K”, le toca las
nalgas con la otra mano. Coge el cinturón y comienza a abrocharlo en la cintura
de “K”. Luego le obliga a penetrar a “A” pero “K” no se siente obligada, es,
para ella, un verdadero placer entrar en ese sexo moreno, rojo por dentro como
una boca, de “A” mientras “P”, a la vez, arremete fuerte por su ano.
En la
cama, después, entre sábanas y toallas, desnudos los tres, las chicas le hacen
preguntas a “P”:
-¿Has
amado a alguien alguna vez?
-No lo sé…
en su momento parecía que te amaba, ahora parece que amo a “K”… No, esto no es
amor. Es tan solo exploración. Búsqueda. ¡Nenas, me hacen decir mamadas! Mejor dénmelas
ustedes. Ven aquí –coge de la cabeza a “K” y le hunde la cara en su vello
púbico-, y quiero que hables hasta que yo te lo ordene.
-¿Y yo
qué hago?
-¡Ah, te
está gustando esto! ¿Eh? Será un largo fin de semana...
“P”
acerca el cuerpo de “A” y alcanza sus tetas, le chupa los pezones.
-¿De
verdad no has amado a nadie? –pregunta “A”.
-Deja de
hablar tú también y ocupa el lugar de ella.
-No lo
creo…
-Dije que
no hablaras, pequeña.
“K” baja
la mirada.
-Iremos
mañana a comer juntos, quiero bailar con ambas, quiero que me vean con ambas…
la vida ha llegado a mí. Quiero vivir lo que me quede al máximo. Eso implica no
amar. ¿Ustedes han amado a alguien?
Las
chicas se detienen. “P” les pone un dedo a cada una sobre los labios húmedos de
líquido seminal. Les da instrucciones de colocarse de rodillas, contra la
testera de la cama, luego con las manos les empuja por la espalda para
penetrarles por turno por el culo.
-Ahora
quiero que contesten: ¿han amado a alguien?
-No –dicen
ambas. “P” se turna para penetrarlas. Se corre en el ano de “A”.
-¿Y tú? –dice
“A” girando el cuerpo sobre la cama.
“P” se
limpia el pene en las nalgas de “K”. Se levanta. Se viste. Coge el teléfono
móvil de “A”, lo revisa.
-Voy por
algo para cenar.
Abre la
puerta y avisa:
-Las
quiero dormidas a mi regreso porque yo escribiré la crónica para el blog y la
subiré.
Luego
cierra. En el pasillo del hotel murmura: “no es cierto”. Pero no aclara si él
nunca ha amado a nadie o sabe que ellas no lo han hecho jamás. Y mientras, va
escuchando y viendo un video que encuentra en el moderno móvil de “A”:
lunes, 21 de mayo de 2012
El Trance
Las cinco
horas de “K”. “P” llama a “K” a las dos de la mañana. No le interesa si ella
duerme o se mantiene en vela. Ella tiene que hacer lo que él le ordena.
-En media
hora en la plaza…
-Sí, mi
Señor –dice ella.
-No,
todavía no, mi amor –dice él-, eso tengo que ganármelo. El ritual de iniciación
dice que debes llamarme “Señor” pero eso se gana. Llámame “P” y cuando sientas
que me he ganado tu respeto, que te he enseñado a conocerte… entonces tú sola
sentirás ese deseo… ahora ve a la plaza y espera.
“P” y “K” se encuentran. Ella esta
sentada en una banca. Un policía vigila en la esquina. Ve a la joven que
sonríe. “P” se llena de lujuria que intenta controlar. Es excitante ver la
reacción del policía que mira a la joven, casi una niña, que sonríe ante el
hombre de barba, vestido de negro, que rompe la noche, se introduce en la
plaza, como una especie de cuervo o ave aciaga sobre la presa. Ve a la chica
que echa atrás los hombros (permanece sentada) y cierra los ojos cuando él levanta
su mentón, su cara, para besarle los labios. “P” muerde hasta que sangra la
boca entreabierta de ella. Pasa una mano debajo de la axila derecha, le
levanta. Se van caminando sonriendo de un chiste que solo ellos comparten. Hacen
seña a un taxi, abordan. El policía mira aturdido, un poco más envidiando que
aturdido…
En el hotel “P” hace sentarse a “K”
sobre la cama. Están vestidos. Él le tiene recostada sobre su cuerpo, como a
una niña pequeña.
-Tengo la
llave de la casa vacía de una vieja tía que acaba de morir –explica-, ese será
nuestro lugar. Le llamaremos “el pozo”. Mañana te llevaré a conocerlo. Cuando te
llame te diré: ve al pozo e irás, solícita. ¿Es un acuerdo?
-Sí…
-dice ella, levanta la cara pidiendo un beso.
-No –dice
él -, ahora desnúdate-, te enseñaré el fuego…
-¿Y me
quemará?
-Te
quemará… con otro conocimiento… -ríe-. Sé que suena mamón pero es cierto. Termina
y ven. Puedes mirar.
Él se
desnuda. Abre la maleta de piel. Ella se acerca y mira, estira los ojos. Pinzas
de metal, como para tender la ropa limpia, velas rojas, las esposas y una
venda.
-Te
vendaré los ojos, recuéstate en la cama, bocarriba.
Ella obedece.
-Estira
los brazos y piernas. Los brazos sobre la cabeza.
Ella lo
hace.
“P” le
coloca las esposas en las muñecas y los tobillos, haciéndole formar una “x” humana.
Cierra las esposas sobre los barrotes de la cama. Le pone la venda. Trabaja unos
minutos encima de ella, con un dildo que hace penetrar en su ano y vagina. Cuando
ella está a punto de experimentar el orgasmo, mojada como un pez recién
pescado, él deja de manipular el dildo que le deja muy dentro de su vagina. Ella
gime y tuerce la boca, se muerde los labios. “P” extrae una “Gag Ball” y la
mete bruscamente entre los labios de ella. La cierra detrás de su nuca. Pone las
pinzas en los pezones erectos. “K” se retuerce un poco.
-Tranquila
–dice él-, aún no empezamos…
Enciende una
vela roja. Acerca la llama a los pechos. Ella percibe el calor, respira
agitada. “P” deja gotear la cera poco a poco, lentamente… En un momento dado crea
ríos rojos en sus senos, su vientre. Escurre dos gotas sobre los labios de su
sexo. “K” echa la cabeza a un lado. “P” retira el dildo y ocupa el lugar del
juguete. Entra suavemente, luego con fuerza, brusquedad, mientras penetra el
anillo rosado de su ano con rapidez.
Esta vez,
sabe, no alcanzará ningún estado alterado de conciencia, está cansado pero
quiere enseñarle a ella algo nuevo, quizá…
“K” escurre
saliva por las comisuras de la boca. Cuando él termina dentro de ella parece
dormirse sobre su cuerpo atado. Abre los ojos. Niega con la cabeza. Entra al
baño. Se pone a cagar un rato, pensativo. Se ducha. Bajo el agua tiene pensamientos
inconexos, escenas rápidas. El agua no es solución ni consuelo. Pega la frente
a la pared de mosaico. La golpea con los puños. Se seca a medias con la toalla.
Vuelve a la cama. Mira, contempla a “K” con detenimiento. Parece que ella se ha
dormido. Penetra en su vagina con dos dedos, tres. “K” se mueve, despertando
bajo la venda. Él mueve los dedos diestramente, toca, hunde las yemas dentro, los
introduce más, ella se retuerce como puede. Es él una extensión de un látigo eléctrico
que a ella le recorre el cuerpo. Le irradia. Levanta la cadera, dándose. Cuando
parece que ella va a ser sometida al orgasmo él retira la mano. Le deja así, le
mira. Ella no entiende bajo la venda. Pasan unos minutos que parecen largos. Vuelve
él a repetir lo mismo, esta vez son cuatro dedos, cinco. El puño completo. Ella
se expande. Abre los ojos bajo la venda. Es brutal pero distinto. Levanta la
cadera. Dolor y placer son uno. Él entra y saca el puño. Extiende los dedos
dentro. Desgarra.
-¿Estás
bien? –Ella asiente con la cabeza -¿quieres que siga? –ella se curva, babea,
llora, afirmando con la cabeza.
“P” gotea
líquido seminal. Ha mojado el colchón. De repente, sin avisar, saca la mano. “K”
está agotada pero aún así se deja fluir en un chorro de orina con sangre. Gruesos
lagrimones escurren bajo la venda. Su cara cae sobre su hombro. “P” se recuesta
a su lado. Retira las esposas. Ella no se mueve, dormida o desmayada. “P” la
abraza. Duermen hasta las 7 de la mañana, hora en que suena la alarma del móvil
de él. “P” le indica a “K” que se levante, que se vista, pide que le acompañe. Ella
accede.
-¿Has
visto el tatuaje en mi espalda?
-Sí –dice
ella-, pero no creí conveniente preguntar.
-¿Qué?
¡No, mi amor! ¿Cómo puede ser eso? Cuando quieras preguntar algo, hazlo… me lo
hice hace tres días. Mi amiga “J” estaba chateando conmigo, de pronto se me
ocurre decirle que quería hacerme un tatuaje, un símbolo céltico, el Triskel…
un Triskel modificado que contiene las letras S.S.C. en cada una de sus alas o
piernas. Es el símbolo de la gente que, como tú y yo, vivimos un tipo de
sexualidad distinta.
-Sí:
exploradores de la carne… buscadores… eso dijiste alguna vez… ahora voy entendiendo.
Ambos
ríen.
-¿Lo
quieres? ¿Quieres este símbolo en tu espalda, como el mío?
Ella lo
mira. Le dice sí sin titubear.
Cuando “K”
se sienta en la silla del tatuador, con la espalda desnuda y los pechos sobre
el respaldo de la silla, “P” fotografiará todo el proceso. Ella escucha el
sonido de la aguja eléctrica, que le recuerda la sesión del dentista, y se pone
nerviosa. Cierra los ojos.
-Debe
dolerte, nena, sólo así el tatuaje significará algo…
“P”
extrae del bolsillo de su pantalón una hoja doblada y comienza a leer:
“Yo te
heriré sin ira alguna,
Sin odio –como
un carnicero-
Como Moisés
hirió la roca
Y haré
que broten de tus párpados
(…)
Las aguas
de los sufrimientos.”
El tatuador
demora un poco, espera la señal de “P” que deja de leer y asiente con la
cabeza. Apaga la aguja eléctrica. Ella mantiene los ojos cerrados, la cabeza
baja. El tatuador extrae una aguja hueca y un martillito. Comienza a trabajar
con “K” usando un antiguo artilugio tribal. “K” intenta soportar el dolor. Cada
golpe es una aguja de fuego que le penetra la espalda. No se mueve. Soporta. “P”
sigue leyendo, son los versos de Baudelaire:
“Yo soy
la herida y el cuchillo,
La bofetada
y la mejilla,
Los miembros
soy y soy el potro
Y soy el
reo y el verdugo.”
“K” navega
en el dolor, sus parpados aletean. Por un instante parece que va a desmayarse.
El tatuador cesa. Él y “P” la atan a la silla con correas. El tatuador sigue su
trabajo. Da golpecitos con el martillito sobre la aguja hueca que poco a poco
deposita la tinta negra y gris bajo la dermis.
“Soy de
mi corazón vampiro…”
“K” no
escucha, no mira, el tiempo se le dobla, deja de importar. Parece que se
duerme. Navega, sobrevuela, olas de dolor que parecen alas… son alas que le
remontan lejos, muy alto, sobre colinas plácidas que chisporrotean hiriéndole
la espalda con cien mil chispas incandescentes.
-¡SubSpace!
–pronuncia “P”.
Y el
dolor de ella no acaba pero ya no es dolor. Y no tiene palabras para saber qué
es o cómo describirlo.
lunes, 7 de mayo de 2012
La iniciación
A las 10:33 a.m. “P” despierta. Quizá se ha pasado un poco con “K” (eso le hace sonreír) sin embargo no ha dormido mucho. Ha estado revisando el blog con las crónicas, el muro de Facebook… pronto muchos seguidores, amigos, gente de su pasado, o simplemente seguidores, podrán identificarse en la historia que escribe. Todos serán personajes. ¿Acaso no dijo Shakespeare que el mundo era su escenario? Para “P” la realidad es un escenario.
Siente una modorra exquisita. Se lava la cara. Va al refrigerador y desayuna una copa de vino tinto y una rebanada de pastel de chocolate que aún sobra del cumpleaños de su hermano, el pasado 3 de mayo.
Saca algunas de las cosas de la mochila de cuero para el aseo personal. Su padre se ha levantado y duerme en el sofá de la sala. Ya hace calor. “P” se toma su tiempo, disfruta, lentamente, su ir y venir por la casa. Por fin coge el resto de las cosas y las arroja a la mochila. Revisa entre sus papeles, encuentra una hoja, la pone cuidadosamente en una carpeta de cuero y la cierra. La mete a la mochila. También agrega el collar de prueba, el consolador, la venda negra y la vela blanca. Coge una rosa roja y una rosa blanca de un florero, las envuelve en periódico mojado y todo lo agrega a la mochila. Sale. Aborda un taxi. Está un poco mareado por la excitación y la falta de sueño. “Es mejor así –piensa-, como siempre, no necesito meterme nada y estoy en onda…”
El taxi le deja al borde de la calle, “P” aún camina unas calles. Va evadiendo el calor matutino. Llega al hotel. Saluda a la chica del turno de mañana. Trata de abrir la puerta, se demora algo porque la llave no entra. Por fin abre. “K” está dormida o eso parece. También se ha orinado y ha mojado sábana, colchón y su propio cuerpo. La orina se extiende por debajo de su vientre, los pechos.
“P” abre las esposas diestramente, se concentra en ello, lentamente, sin prisa. Los pies de “K” caen sobre el colchón. Ella abre los ojos. “P” apenas le mira. Desata las cuerdas de sus tobillos y muñecas. “K” hace ruiditos bajos a través de la Ball Gag.
-Tranquila, tranquila… ya estoy aquí…
Le retira la Ball Gag. Entonces mira su cara. Ha llorado, tiene los ojos rojos y manchas de lágrimas. La saliva escurre por su mentón. Huele a orina, saliva y tiene sangre seca en los labios. Ella respira profundamente, suspira. “P” la abraza. “K” se queja.
-Estoy aquí, no te avergüences de nada… llora, grita. Hazlo ahora…
Ella suelta un suspiro profundo como un mar de pena y fluye, llorando. Llora y no deja de llorar. “P” goza, extasiado, conmovido, excitado. Le acaricia el pelo. Le acaricia las marcas de las cuerdas en muñecas y tobillos. “K” llora, no deja de llorar.
-Eso es, bebé… llora… así, así, deja que salga…
Ella intenta decir algo pero los sollozos se lo impiden. “P” sigue acariciándola. Entonces escucha apenas lo que ella quiere decir.
-¿Cómo? ¿Qué dices?
-Vi… -es un mar interminable de sollozos, de lágrimas-, vi algo…
-Sí, lo sé… ¿qué viste?
-Ahhh… -con dolor en las muñecas ella abraza el cuello de “P”- vi luces de colores… luego un hombre en llamas…
-Sí, cuéntame… quiero saberlo todo…
-¡Ese hombre eras tú! –ella lo abraza, se encoge como un bebé, se acurruca en las piernas de él. Él la acuna. “P” percibe cómo brotan dos lágrimas calientes, que llegan hasta su boca, saladas, a través del bigote. Exhala de puro conmovido.
-No cualquiera ve la primera vez… eres privilegiada… ¡y yo lo sabía! Te busqué mucho tiempo… tanto… incluso practiqué el matrimonio en busca de una esclava… ¡y estás aquí, ahora!
Ella dice algo por lo bajo, sin dejar de abrazarse a su cuello, la cara hundida en el cuello de él. “P” llora sobre el cabello de “K”. Percibe que ella quiere decir algo.
-¿Cómo, qué dices mi bebé?
-Eso crees ahora… pero aún falta tiempo… te has rendido a mí… aunque no eras virgen lo eras para este mundo al que recién has llegado. Ahora me pedirás que te ponga en peligro: que te azote, que te marque con hierros candentes, que te corte la piel con navajas… yo podría hacerlo pero este mundo se rige por reglas muy claras. Ahora estás vencida. Tu voluntad se ha derrumbado. Has renacido…
-Sí –dice “K”- ¡me siento viva! –vuelve a llorar…
“P” va desnudándose como puede, se quita la camisa y la camiseta, pasa a “K” a la cama de manera cuidadosa. Desabrocha su cinla de puro conmovido.
-Eso crees ahora… pero aún falta tiempo… te has rendido a mí… aunque no eras virgen lo eras para este mundo al que recién has llegado. Ahora me pedirás que te ponga en peligro: que te azote, que te marque con hierros candentes, que te corte la piel con navajas… yo podría hacerlo pero este mundo se rige por reglas muy claras. Ahora estás vencida. Tu voluntad se ha derrumbado. Has renacido…
-Sí –dice “K”- ¡me siento viva! –vuelve a llorar…
“P” va desnudándose como puede, se quita la camisa y la camiseta, pasa a “K” a la cama de manera cuidadosa. Desabrocha su cinla de puro conmovido.
Ella intenta decir algo pero los sollozos se lo impiden. “P” sigue acariciándola. Entonces escucha apenas lo que ella quiere decir.
-¿Cómo? ¿Qué dices?
-Vi… -es un mar interminable de sollozos, de lágrimas-, vi algo…
-¿Qué es lo que viste? –pregunta ella.
-Eso no te lo diré… es sólo para mí… lo único que puedo decirte es que escuché el llanto de un bebé… allá, lejos…
“P” se sienta al borde de la cama. Encoge las piernas. Hunde la cabeza entre las rodillas. “K” supone que él alude a su pasado pero no pregunta. Algo le dice que no pregunte.
-¿Quieres seguir adelante? –pronuncia sin verla.
-Sí…
-¿Quieres seguir adelante?
-Sí, sí…
-Sí… sí quiero… -ella titubea, baja la vista, levanta la cabeza, con los dedos toca el hombro de “P”- ¿veré cosas como las que vi esta noche?
-Muchas más… y sentirás cosas que nunca has sentido… esta noche te hundiste en el Sub Space… dime ¿qué droga te provoca eso?
-Una vela ritual siempre debe encenderse con cerillos, jamás con encendedor…
-¿Qué?
-Ya irás aprendiendo poco a poco.
“P” se acerca a la cama. Coge de la mano a “K”. Tira de ella para que pise el suelo. La acerca a la mesa. Extrae el papel de la carpeta.
-Quiero que leas esto… luego me dirás si accedes a hacerlo.
“K” lee con atención. Sus ojos se abren conforme lee. Al final sonríe.
-Sí, quiero.
-Te pregunto una vez más y por última vez ¿quieres hacerlo? El mundo en el que yo me muevo tiene reglas, pero esas reglas se han escrito para que ambas partes lleguen a un consenso dónde el placer y el dolor, las antípodas del ser, se curven, se tuerzan en un círculo, un cabo de cuerda mediante el cual los amantes sepan hasta dónde apretar el nudo… ¿accedes, pues a entrar a mi mundo? En él encontrarás a muchos como nosotros y te sentirás protegida, amada y aprenderás muchas cosas… sobre todo de ti misma.
-Sí… sí quiero… -ella titubea, baja la vista, levanta la cabeza, con los dedos toca el hombro de “P”- ¿veré cosas como las que vi esta noche?
-Muchas más… y sentirás cosas que nunca has sentido… esta noche te hundiste en el Sub Space… dime ¿qué droga te provoca eso?
-Entonces… adelante…
-Lee siguiéndome…. ¿vienes a mí de tu propia voluntad?
-Sí, vengo libremente.
-¿Aceptas libremente que te someterás a mi hasta la medianoche del día 5 de mayo de 2013?
-Sí, soy desde hoy tu esclava hasta entonces.
-¿Juras solemnemente por todas las cosas que consideras sagradas que me darás cuanto pida, totalmente, sometiéndote sin trabas, a mi disfrute de ti durante ese tiempo?
-Sí, lo juro por todo lo sagrado, mi Señor.
-Repite conmigo: juro solemnemente someter a tu voluntad mi corazón –ella toca su corazón y el de “P”-, mi mente –ella toca su frente y la de “P”-, y mi alma –ella toca sus labios y los él-. Juro solemnemente obedecerte inmediatamente, sin reserva y sin vacilación en lo que me pidas. Juro solemnemente parecer hermosa a tus ojos y sonar graciosa a tus oídos.
“P” levanta la barbilla de “K”, de manera instintiva ella echa los pechos hacia delante.
-Soy tu Señor.
-Eres mi Señor.
-Soy tu Amo.
-Eres mi Amo.
-Soy tu dueño, eres mi esclava, tu cuerpo es mío, tu boca es mía, sirves a mi voluntad, a mi palabra, a mi placer.
-Eres mi dueño, soy tu esclava, mi cuerpo es tuyo, mi boca es tuya, sirvo a tu voluntad, a tu palabra, a tu placer.
-Sí… sí quiero… -ella titubea, baja la vista, levanta la cabeza, con los dedos toca el hombro de “P”- ¿veré cosas como las que vi esta noche?
-Muchas más… y sentirás cosas que nunca has sentido… esta noche te hundiste en el Sub Space… dime ¿qué droga te provoca eso?
-De la misma forma que he hecho uso de esta flor hago uso de ti. Viniste desnuda a mi… -“P” extrae el collar de prueba y lo abrocha alrededor del cuello de “K”-, lo usarás siempre que te lo ordene… -“P” amordaza la boca de ella con la venda negra-, hablarás siempre que te lo ordene… Tu cuerpo está para mi placer. Muéstralo. Levántate y enséñame las nalgas.
“K” lo hace. “P” inserta el consolador en su ano expuesto, hasta el fondo.
-Mi voluntad penetra las barreras de tu cuerpo. Ahora póstrate.
“K” toca con la cabeza el suelo.
-Soy tu Señor. No aceptarás a otro y sólo a mi rogarás que te posea.
“P” pone un pie sobre la espalda de ella. “P” le azota las nalgas tres ve; mso-fareast-language: ES-MX;">Apaga la lap top. Termina de leer. Asiente con la cabeza. Pronuncia en voz alta, casi grita:
-Así es… ¡así es!
Luego intenta dormir, sin mucho éxito.
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