Hacia la noche...

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sábado, 4 de agosto de 2012

"P" le dedica un clásico de "Velvet Underground" a "K": "Venus in Furs", cuya letra alude al personaje que Masoch creó y, con ello, un término para sus placeres: el masoquismo.


Regreso a BitterSweet 1.

Recapitulación.

 "K" les ha hablado de "P" a sus padres. Se los ha presentado. No ha sido un episodio digno de ser narrado. Apenas una copa de vino, una conversación que hubo girado alrededor del capricho de la hija que se quiere casar, que se va a casar con un escritor de erotismo. "Open Mind" dicen ellos, "volvimos a México hacia los años 90s, pero crecimos en California. Mis padres migraron hace mucho allá." 
Una semana de cine. Mariana y "K" se divierten mientras "P" trabaja. Sí, Mariana ha ido con ellos. El olor corporal de Mariana enloquece a "P". 
-Mmmhhh... es mejor así, les imagino en la cama y gozo mientras escucho las ponencias -escribe al móvil.
Cuando los tres se encuentran en un hotel del centro del D.F., cerca del World Trade Center, juegan al GangBang. "P" fotografía la habitación para recordar cuando esté solo. Poco después Mariana les deja. Ha sido tan intensa la experiencia con Mariana que "K" no puede sentarse muy bien. Volverá a Jalapa dónde les esperará. 
Pasa el tiempo, el verano llega. "P" recuerda algún libro de demonología:
-Kéteh Merirí, Señor del Mediodía y del Ardiente Verano... aléjate...
-¿Cómo? -pregunta "K".
-Que tenemos que irnos a coger a otro lado. De vacaciones... a las montañas... o a las montañas cerca del mar... La ruta de Cortés, dónde filmamos una escena del cortometraje. ¿Qué dices?
-Me llevo la camioneta de papá... sí.
-¡Jajaja! Me encantan tus padres... espero que me enseñes a manejar en el camino.  
-¿Entonces a las montañas, Señor?
-A las montañas, nena... con el mar soplando de frente...

domingo, 3 de junio de 2012


Intermission
Historias de Noche…
“Imagina a una diosa blanca danzando sobre las mesas en un bar de vampiros…” antes de que “P” pueda decir más Mariana le besa y le silencia. Ella le aprieta las tetillas, retorciéndolas entre sus dedos mientras él cierra los dedos en su cuello hasta que pida ceder. “P” ha invitado a Mariana a verle. Ha accedido. Mariana es la única mujer de quien se puede escribir su nombre en esta historia. Ma ria na. Ma-ria-na. Mariana es el flujo de una fantasía que lleva ya muchos años manteniéndose sobre la corriente. “P” piensa en ambos como un par de románticos trasnochados, de cursis nocturnos. Mariana es, quizá, la única mujer de quien puede decir que ha permanecido enamorado… de alguna forma. Es la mujer que, a pesar de que cambie de pareja está ahí, para él y él para ella.
Ella le ha dicho: “contigo le puse los cuernos a mi primer novio en aquella cama de hotel, después de habernos conocido en aquél encuentro de escritores y volví a ponérselos a mi segundo novio en el D.F.”
“P” sonríe. Le dice: “pues contigo le puse los cuernos a mi primera esposa la vez que tú se los pusiste a tu segundo novio”.
“Se ríen, cómplices.
“Recuerdan: iban en un autobús con otros dos chicos. Eran los únicos a bordo. Los otros dos, sentados en el asiento al otro lado del pasillo, les escuchaban conversar. Tenían el aspecto de criminales pero ponían excesiva atención a la conversación de “P” y Mariana:
-¿Por qué tienes esa cicatriz en el hombro?
-Porque me gusta que me corten cuando tengo sexo.
“P” siente crecer una erección.
-Mira –le dice, le muestra la muñeca izquierda y las cicatrices- Intentos de suicidio.
Los criminales de al lado escuchan música pero ahora han bajado el sonido. Atienden.
-Ya quiero llegar.
-Yo también.
Acaso esas palabras las dijo él primero, acaso ella. Son intercambiables y ambos se han encontrado y ahora reconocido. Con el tiempo “P” escribiría una novela que dedicará a Mariana. Ahí estará la anécdota, ahí narrará cómo se fueron a la playa, después de una noche de sexo sin penetración, parafílico, sangriento, que incluía el Golden Shower que él le haría a ella bajo la regadera antes de bañarse, y al volver Mariana a su ciudad su madre –que no sabía dónde había estado-, le soltaría: “hueles a mar”. Y ella se sorprendería.     
“La relación de “P” y Mariana se puede mantener porque ambos aman al otro sin celos, sin lo que los autores de novelas baratas (a veces esto, piensa “P”, se parece a una novela barata) denominan “ataduras”.
“P” cuenta a Mariana la historia de “K”. No faltan detalles, incluyendo aquella parte dónde le confiesa que “K” tiene 19 años. Mariana se ríe de buena gana. Añade el que una chica le ha dicho en el inbox del Facebook: “Depredador, lobo, patán…”. Mariana vuelve a reír.
-¿Y acaso no eres un depredador? Deberías de sentirte orgulloso “P”.
“¿Sabes que volví al Facebook solo por ella? Sí. Por “K”. No tenía el número de su celular pero sí su nombre y apellidos, así que la busqué. La encontré. Ahora tengo varias vías, en realidad, para saber dónde se encuentra cuando quiero algo con ella. Pero ya te contaré de “K”. Antes permíteme contártelo todo… desde el principio.    
“Empezó –narra “P”-, cuando decidí traer a Al, el cineasta peruano a la ciudad. Habíamos coincidido en unas jornadas de cine y nuestros puntos de vista eran parecidos. Decidí enseñarle la Ciudad de México primero. De nuestra habitación de hotel entraban y salían las chicas, recuerdo dos: una morena mexicana que se sentó al lado de él y una hermosa muñeca catalana, delgada y rubia que estaba a mi lado. Ambas fumaban hachís y fueron tan buena onda como para invitarnos. De ahí la noche se prolongó durante días incluyendo una fiesta con unos productores en Coyoacán dónde terminé compartiendo la mesa y los labios de dos maquillistas cinematográficas. Al y yo compramos los boletos para el autobús que nos llevaría al puerto. Le había advertido que no bebiera cervezas porque no lo dejarían abordar. Al alegó que en Perú no pasaba eso, Yo me reía diciendo que en México sí, Al que eso era estúpido, yo que sería estúpido si a ambos no nos dejaban abordar por su culpa, así que compré un café e intentamos pasar el arco antimetales. Pasé pero el policía detuvo a Al. Tuve que alegar que era un sudamericano que no sabía de estúpidas reglas mexicanas. Tras casi pasar la hora de salida él sujeto nos dejó pasar diciendo que no nos permitirían abordar, que eran unos mamones los de esa línea de autobuses. Abordé yo, y como suponía, a Al le dejaron abajo. La mujer policía fue hasta mi asiento para advertirme que mi compañero no viajaría. En la puerta le miré:
-No te preocupes, me voy en la próxima salida.
“Supuse que Al, simplemente se quedaría en la Ciudad de México, volaría a Perú y ahí acabaría todo pero no fue así. Una llamada a mi celular al día siguiente me hizo saber que Al había logrado colarse en un autobús de segunda y había llegado. Como durante las jornadas de cine habíamos andado juntos no nos habíamos molestado en apuntar los teléfonos o correos electrónicos del otro, así que había tenido que llamar al Instituto de Cinematografía dónde le proporcionaron mi número. Al llegar al puerto le llevé a un hotel barato. Por la tarde fuimos al cine a intentar ver una película de la muestra internacional pero a quien vimos fue a un amigo gay, “R”, dueño de una hermosa finca que es un desarrollo ecoturístico a la vez. Presenté a Al con él. “R” preguntó qué haríamos al día siguiente. Le dije que pensábamos ir a las ruinas arqueológicas del Tajín. Él opinó que antes fuéramos a su finca.
“Dice el mito hebreo que antes que Eva fue Lilith, la primera mujer de Adán, en realidad un espíritu, quien le enseñó el placer de la carne. Así, antes que “K” fue Chris, también llamada Mya. Chris nos miró en un restaurante, en la calurosa noche del puerto y se sentó con nosotros. Terminamos con ella en un hotel. Tres. Y gritamos toda la noche. El hotelero iba a callarnos a cada rato. Chris lloraba por momentos, recordando a sus hijos que mantienen alejados de ella mientras se drogaba. También le declamé aquel verso de Byron:
“La espalda al ángel volteé
Y por el sendero del pecado caminé,
Doce pasos, doce campanadas,
Hasta la puerta dónde nunca entré”
“A lo Chris respondió: quieres cogerme. La mañana llegó húmeda, cansada, con el cuarto lleno de humo de cigarro. “R” me envió un mensaje al celular. Debo decir que había olvidado a “R”. De mala gana fuimos a un lugar céntrico para esperarlo. A bordo de la camioneta iba “I” un actor que estaba haciendo los storyboards de una historia que quería filmar. Preguntó quienes éramos y qué hacíamos.
-Venimos de unas jornadas de cine. Hubo gente de Brasil, Francia, España, en fin… yanquis incluidos. Nos hicimos amigos de muchos de ellos. Él viene de Perú.
-¿Y tú eres actriz? –le preguntaron a Mya.
Ella, sentada a mi lado, sólo dijo:
-¡Yo soy pura cabrona!
“I” se sorprendió por el encuentro. Quizá habría posibilidad de hacer algo, de colaborar. Un guionista, un director de cine, un actor, una putilla que no cobra por dar las nalgas a un par de locos que conoce en un restaurante bar nocturno… ¡A toda madre!
“Pasamos una tarde de humo verde, nadando en el río, persiguiéndonos entre el bambú y los naranjos. Entonces Chris o Mya le pidió permiso a “R” de desnudarse. Los hombres y los gays terminamos con toallas en la cintura. Mya, morena clara de cabello de negra, se paseaba en todo su perturbador esplendor por la finca. Durante media hora se sentó sobre mi mano mientras yo le metía los dedos en el ano y, como podía, entre los labios vaginales mientras hablábamos de cine y futuras colaboraciones culturales.
“Fui al baño de la cabaña a orinar. A mi regreso encontré a Chris que, llevando una toalla, me soltó en el sendero de piedra:
-¿Quieres venir conmigo a la cabaña? –su sola pregunta me la levantó de súbito.
-Claro que sí, nena –dije.
“Sobre una pantalla, colocada a un lado de la barra del restaurante al aire libre que da al río, pasaban el video de los Doors:
“Al ritmo de “light my fire” le seguí mirándole las nalgas, pensando en esa frase de Bataille cuando el cliente le mira el culo a la puta que le lleva, escaleras arriba, a los cuartos dónde se acostará con ella en un mero intercambio económico: “¡la que va para arriba!” y ella no dejaba de fumar en su pipa de barro.
“En la cabaña explicó: le conté mi fantasía a “R”, quiero que me cojan entre todos. Nunca he hecho una orgía. Quiero que me la metan los cuatro. La cogí del cuello, de mala forma la tiré sobre los cojines de la banca de piedra que rodea el muro circular de la cabaña. Me desnudé de inmediato y la penetré. En unos segundos, mientras ella gemía y yo la gozaba, aparecieron Al, “R” e “I”, con cámara y celulares para filmarnos. “R” rodeó la cabaña, se situó en el exterior de la ventana de cristal que da sobre la banca de piedra, justo sobre el ojo de agua con nenúfares que está al pie del muro, afuera. No dejaba de grabarnos. Al se quedó a la entrada de la cabaña, buscando ángulos, y la forma en que la luz tiñera mejor la escena. “I” grababa sin ton ni son. Dos colores de piel. Morena y blanco. Uno de pie metiéndosela a la otra como a una gata sobre los cojines.     
“¿Recuerdas que puse una nota aclaratoria en mi muro de Facebook? Decía: “desmentido, no hice una película pornográfica con una negra. Negra sólo tiene el alma”. Chris, pudorosa, se cubrió la cara con un cojín. Eso me desconcentró… ¡y yo que quería seguir! Ella dio al traste con su propia fantasía y yo no pude terminar en ella. Yo le hablé de Dionisio el dios del éxtasis y cómo Jim Morrison se casó con una bruja wicce a quien destruyó porque nadie puede atrapar a un hijo de Dionisio. Le dije que soy un seguidor del dios y del mismo dios cornudo que los seguidores de la wicca adoran. Mya escuchaba maravillada, más maravillada que consciente mientras volaba…  
“Amanecimos a la orilla del río. Locos, ciegos, sordos. “R” nos llevó a una casa dónde, entre la maleza, encontramos una estela prehispánica. Y una niña, la nieta del dueño de la casa en cuyo patio está la piedra, que contaba una historia sobre la pieza aquella. Durante la noche hablamos de la posibilidad de filmar un cortometraje: la estela sería como un McGuffin que desataría una historia mística. “R” nos enseñó una puerta roja con vitrales de su propio diseño. La añadiríamos al corto. Partimos a la ciudad dónde Al llamó al aeropuerto para cancelar el boleto. Le dieron prorroga de un mes. Mientras “R” daba vuelta a la manzana tratando de encontrar estacionamiento dejó en la calle a “I” y a Al quienes fueron a buscar un ciber café. Le pedí que se orillara y nos dejara ahí. Me metí con Chris en un hotel a terminar lo que nos habían interrumpido. La chica se movía como látigo, apretándome exquisitamente con sus paredes vaginales, no intenté nada con ella más allá del sexo descafeinado. “Tan sólo es una prostituta” como dijera el dramaturgo John Ford.
“Esa es la historia de Chris a quien rencontraríamos durante la filmación del corto. Aparecía de repente, en bares, restaurantes, como un pinche demonio. En una de esas me increpó: “hola mi amor… estoy embarazada y es de ti”
Mariana ríe.
-¿Cómo conocieron a “K”?
-Al principio de la filmación estuvo Chris, al final y ahora ha estado “K”.
“De todas las chicas que entraron y salieron del rodaje ellas estuvieron al principio y al final. La línea se cierra. Es un círculo. Un Triskel. Y fue así: la última escena se filmaría en las ruinas del Tajín pero no nos concedieron los permisos así que recordé que existe un lugar, en la costa de Veracruz, llamada Quiahuistlán, dónde hay una serie de tumbas prehispánicas con forma de pirámides en miniatura. Está sobre “la ruta de Cortés”, así que allá nos encaminamos, bailando por la calle Al y yo mientras “I” tocaba una ridícula flauta de carrizo de esas que usan los totonacas, los indígenas de Papantla. Íbamos borrachos con cerveza y alcohol barato (por un mes dejé el buen vino tinto sin importarme demasiado debido a la marea que nos envolvió), entramos al mercado municipal dónde habíamos estado rodando una secuencia larga y alucinada con la complicidad de todos los locatarios a despedirnos. No dejábamos de bailar. Los locatarios reían y saludaban, nos abrazaban. Fue al doblar la esquina. Ella estaba ahí. Vestida como un sueño darkie, con piercings en los labios. Se me fueron los ojos sobre su cuerpo delgado, casi infantil. Al comenzó a hablarle primero. Bromeábamos con ella sobre cosas que he olvidado. Al principio pareció evadirnos pero luego se rió de buena gana. Nos dijo que estaba pensando y decidiendo si viajaría o no a ver a su esposo. Fue Al quien le propuso que nos tomara como esposos a nosotros. Que éramos gente de cine, que esto y lo otro. Yo le miré, a él quiero decir, pues se me había adelantado y ella nos miraba con unos ojos que no supe interpretar. Soltó un “Ok” por respuesta.
-¿En serio vas con nosotros? –dijo “I”, asombrado.
-Sí, sí voy –contestó. Y, la verdad, nos había sorprendido a los tres.   
“En ese momento decidí que tenía que ir con ellos. Al principio sólo iría a despedirlos hasta el autobús. Un autobús barato que los llevaría a una ciudad dónde transbordarían y así hasta llegar al destino.
 Yo llevaba poco dinero pero dije que no llevaba nada. Fue el primer anzuelo. “K” me miró y dijo:
-Somos cuatro y quiero que sigamos siendo cuatro, por favor. Yo puedo prestarte dinero-. Ella había picado como una trucha de río.
“El terreno desde dónde partían los autobuses era caliente y polvoriento. El autobús era incómodo y escogimos los asientos traseros. Durante toda la ruta, entre ranchos verdes y caminos rurales que nos sacarían a la playa “K” se sentaba por turno sobre las piernas de cada uno, besándonos entregada a la vez que bebíamos más y más. Luego le metimos mano y dedos y lo que pudimos. El autobús estaba caliente y ardió. El boletero caminaba por el pasillo mirándonos de reojo o, de plano, de frente mientras ella, con la blusa abajo nos enseñaba las tetitas para chuparlas. Al ser tres tuvimos la cortesía de ceder el turno a dos y el otro esperar. El chofer miraba por el espejo retrovisor. Por un momento temí que el sujeto dejara el volante y nos estrellara. Las dos mujeres que iban en los asientos contiguos, delante, parecían escandalizadas. “K” estaba babeada, la ropa estirada y nuestros dedos entraban y salían por sus orificios. Fue “I” quien descubrió los anillos de sus labios vaginales y me lo dijo. Lo comprobé por mi mismo. Así, entrando y saliendo de ella nuestras manos, dedos y labios, llegamos a esa ciudad calurosa. “I” le preguntó a la mujer que iba en el asiento de adelante dónde quedaba el sitio de autobuses. La mujer, que había parecido escandalizada por lo que hacíamos con “K”, sonrío de buena gana, dijo algo alusivo a que nos había visto todo el camino haciendo aquello. Le solté si quería seguir con nosotros, que la invitábamos, así sólo faltaría una chica para completar el sexteto. La mujer empezó a reírse pero no se negó. Nos acompañó durante dos cuadras mientras yo me quedaba atrás para besar a nuestra nueva adquisición y morderle el piercing del labio. “I” despidió a la amable pasajera besándole la boca. La mujer se fue caminando, volteando un poco antes de desaparecer.
“Encontramos el segundo autobús y seguimos turnándonos a “K” hasta que quedó con el delineador de los ojos corrido por el sudor, despeinada y maravillada por la experiencia. “I”, en un acto vulgar, conectó el móvil y puso un video de YouTube:   
“Lo que recuerdo es el cigarro que compramos en la farmacia que estaba justo sobre la acera dónde el autobús nos dejó. El cigarro que compartimos y a “K”, la chica que compartimos, y cómo Al la levantó en brazos a través de las calles, hasta la playa. La tarde se oscurecía y me la pasó a mí para entrar a una tienda a comprar cervezas. Delgada, la sostuve en alto mientras me llenaba de una alegría que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. “K” nos pertenecía y la gente, turistas europeos que abarrotaban las calles, miraban sin mucha sorpresa lo que hacíamos. Y ahí estaba la arena y el mar. Y ahí la noche que oscurecía. Al entró al agua. Los silbidos comenzaron. “K” le siguió con una cerveza. Más silbidos. Nos rodearon cuatro salvavidas con silbatos colgándoles del cuelo.
“Alguno habló de llamar a la policía. “K” salió del mar. Otra vez tuve que dar la explicación del peruano ignorante de las leyes de este país. Que ni siquiera nosotros sabíamos que la playa se cerraba a las 8 de la noche y mucho menos que estaba prohibido entrar al agua con bebidas alcohólicas. Los salvavidas se calmaron cuando Al, después de desafiarlos unos segundos en que se arrojó sobre las olas una y otra vez, de espaldas, salió sin mucha prisa y se acercó a nosotros y a los salvavidas. Tras unas palabras con ellos se fueron. Gocé la noche y a la muchacha. Gocé el gozo de mis amigos. El mar estaba tranquilo y fantasmas cuyas caras no veía se movían por la playa, solos o en parejas, poco a poco dejando sola la arena y el mar.
“En ese momento decidí que tenía que volver…
-¿Qué? –pregunta Mariana- ¿Y volviste?
-Sí. Ella me dio el dinero y se fue a un hotel con ellos. Le dejé mi número de celular. Le hice prometer que me llamara al día siguiente como había decidido. Yo regresé en un taxi hasta otra ciudad. De ahí transbordé en un autobús de segunda hasta una nueva ciudad, cansado, durmiéndome todo el camino y no esperando nada. Al llevaba el material del cortometraje sin editar, a Lima, Perú, dónde una vez editado y musicalizado, será exhibido en las fronteras de todos los países andinos y en Brasil.
-¿Y “K”?
-Bueno. A la mañana siguiente me llamó al celular. Sin pensarlo salí tras ella. Nos encontramos, nos fuimos a un hotel y cuando se sacó los pantalones vi que no llevaba nada debajo. La explicación que dio fue que nuestros amigos la habían despertado después de usarla como a una puta diciéndole que tenían prisa, que se vistiera rápido y salieron a filmar al lugar acordado.
“Así me fue entregada “K”, mi esclava dispuesta a ser tuya si se lo pido. ¿Sabes? Recuerdo aquella niña… ¿tendría unos diecisiete años? Aquella que me dijiste que te había gustado. Era la hija del alcalde anfitrión durante aquel encuentro de escritores… cómo deseé tenerla con nosotros en un cuarto de hotel. Que la gozaras y yo te viera gozarla…  
-¡Oh, sí!... pero hoy… el resto es historia…
-La Historia de “K”… a la que se ha unido “A” de quien te hablaré luego y ahora tú.
-¿Quién es ella?
-Se ha ido a Ciudad de México… dónde “K” y yo viajaremos pasado mañana.
A “P” se le ocurre algo:
-¿Quieres ir? –le pregunta a ella.
Mariana sonríe.
-Sí –dice-. Quiero jugar unos días…
-Juguemos entonces… cabalguemos juntos…  

  



domingo, 27 de mayo de 2012


La confesión.
I.- El encuentro.
-Si una mujer te dice: “puedo hacerlo mejor que tú… puedo mejorar cualquier cosa que hagas con tal de destruirme, llegar muy lejos… lo sé, eres capaz de contestarle: nena, te espero en la meta”
“P” se ríe. “A” un viejo amor de la adolescencia ha llegado. Se han encontrado en una calle céntrica. Para ambos ha sido una sorpresa. “A” es madre, se lo cuenta ante una taza de café.
-Siempre quise encontrarte ¿sabes? –le dice “P”-, en Ciudad de México, quiero decir. Siempre quise llamarte, encontrarme contigo, tener algo contigo… el que estuvieras casada le aportaba un grado de morbo dulce-amargo al hipotético encuentro. Y encima madre de esa niña…  
-Pero no lo hiciste… tú querías una hija que pude darte…
Él ríe.
-No hay nada tuyo en Facebook, busqué y sólo supe tu dirección y teléfono, pero no me atreví al saber que era el teléfono de tu casa. Podía haber contestado tu esposo.
-¿Ya ves? No hay nada… Sólo mi hija…
-Ahora no hay nada… para ti… para mí siempre ha habido.
-Sigues siendo un romántico incorregible. Aquél que decía amarme…
-Tu chilanga madre –“P” se ríe-, así la llamaba mi amigo “Mo” ¿sabes? a él no le caía bien –“A” cierra los puños y frunce los labios-, discúlpame, tu madre no me quería ¿recuerdas?... en fin, te cuento: ella, tu madre, me dijo que yo no podría amar a alguien jamás. Que lo mío era una novedad de tres a seis meses, luego venía el tedio. Y tenía razón. Sexo a tope por unos meses. Eso se lo hice a la chica hippie… debo hablarte de la chica hippie y mi encuentro con el folklore mexicano… se lo hice…
-¿Quieres caminar?
Se levantan. Caminan como amigos aunque las ansias son muchas. En una calle poco transitada “A” se detiene, lo que hace detenerse a “P” un poco sorprendido, a su lado. Ella acerca el calor de su cuerpo a él. “P” recibe ese cuerpo extraordinario, esa piel morena y ese cabello largo que recuerda oliendo a almendras hace ya, muchos años. Y las tetas que chupaba deliciosamente, sentados a horcajadas, uno frente al otro, en una posición tántrica, sobre un mueble de madera en la casa de una tía, ya fallecida, a la que iban a follar libremente. Otra época en la cual ninguno se conocía a sí mismo aún porque nao se había visto en el espejo empañado del amor distinto, de lo que se ha venido llamando sexo “alternativo” aunque ya intuido.
-No más sexo descafeinado, nena… te quiero para otra cosa… deseo mostrarte algo.
“P” levanta su guayabera y le muestra la espalda. “A” mira el tatuaje:
-¿Ahora usas tatuajes?... ¡No manches!... “S.S.C.”… ¡La tríada BDSM! ¿Qué ha pasado contigo?
-Mira esta –le muestra una en su teléfono móvil-. Es cuando me lo estaban haciendo.
-¿No te dolió? Tienes la piel súper enrojecida… ¿qué pedo contigo?
Él ríe.
-Surgí otra vez, volví…
-¿A poco era cierto lo de la casona y las orgías, las niñas bien que se vendían…?
-Y tú no me creías. Yo te fui sincero, honesto. Tu novio era un explorador de la carne… Olvídalo. ¿Sabes? Te imaginaba. Te imaginaba por las noches cuando estaba con otras… recordaba este cuerpo de puta que tienes. Recordaba tus tetas y esas nalgas… te imaginaba cogiendo como perra con tu marido. Alguna vez sentí celos… luego me pasó algo maravilloso. Quizá no me creas pero me pasa con todas las mujeres que han compartido mi vida: las imagino cogiendo con sus parejas actuales. Primero siento unos celos amargos que se transforman en algo dulce como veneno: Termino teniendo erecciones enormes y excitándome. Ahora me imagino a mis ex mujeres en la cama con otro o con muchos: eso me alimenta. Me recorre por la espina dorsal una descarga eléctrica que estalla en mi verga. Me sacudo. Es tan, pero tan excitante, que ahora cada vez que quiero imagino cogiendo a mis ex parejas… es un acto vampírico. Ellas no lo saben pero yo estoy ahí con ellas. Estuve contigo mientras tu esposo te fecundaba y te preñaba de tu hija. Esa niña es mi hija también. Yo sentí cómo él eyaculaba, explotaba, te quemaba por dentro, te llenaba, como se te derramaba completo. ¿Te platiqué que supe cuando engendré a mi hija? Fue la misma poderosa sensación. La sentí bajar por la columna vertebral y vaciarse en el útero de su madre. Sabía de ella antes de nacer. Hasta escogí su nombre. Un nombre celta tenía que ser… Hice alquimia… ¿Comprendes? No, no entiendes. Bueno, sabías que quería tener hijas… Algún día te explicaré… Ahora, cuando no tengo sexo, pienso en todas ustedes, esté dónde esté: en el cine, en una piscina, en medio de una conferencia… ¡Y eyaculo! Me quedo temblando. Unos segundos de tiempo doblado. Luego no necesito comer. Ya me he alimentado. Por la calle, hombres y mujeres me miran. Hay una como electricidad estática en mi piel, brillan mis ojos, veo perfectamente a pesar de mi miopía…     
-No te creo…
-No te pido que me creas.
-¿Vamos al cine? Después…
-No.
-¿No? Pensé que después de quince años sin verme…
-¡Espera, no he dicho que no quiero! –ríe-. Antes debes conocer a alguien. Quiero hacer un trato contigo. Mañana es sábado. Te llamaré por la tarde. Por la noche estaremos juntos.
II.- Un largo fin de semana.
“P” va con su amigo librero. En la complicidad de las letras caben también los libreros. El viejo “lobo estepario” como gusta llamarle “P” al dueño de la librería sonríe al verle. A “P” se le van los ojos entre las estanterías. Una vez el librero le confesó: “Eres mi mejor cliente y mi amigo. En tus ojos está la avidez por el libro, buscas entre los estantes y encuentras más de lo que viniste a buscar”. Su amigo entrega a “P” un paquete cuidadosamente envuelto en papel negro y atado con un cordel. “P” paga. Su amigo sólo admite la mitad del dinero. Hay dos libros dentro pero uno se lo ha obsequiado. Guarda el paquete en la maleta de cuero dónde lleva, también, la lap top.  
“P” no usa reloj. El viejo teléfono móvil es, a la vez, una colección de números de antiguas amantes y una larga letanía de mensajes amorosos o francamente obscenos de tantas otras chicas y mujeres que se los envían. A veces no recuerda quién es la chica o la mujer que le ha enviado determinado mensaje. Una vez recibió por tres noches seguidas fragmentos de su novela que trata sobre darkies y orquídeas. “P” nunca supo quién era tal mujer. “P” piensa, alguna vez, dar esa lista a un editor. Sería maravilloso hacer un libro con esos mensajes y recordar… Pero sobre todo el móvil es un reloj que marca, para “P”, el continuum del sexo en una línea sin pasado ni futuro. Mira la hora. Aguarda en una esquina. No tiene necesidad de fumar, no tiene esa adicción que considera propia de mentes débiles, pero esta tarde ha comprado cigarros. Fuma un poco.
“K” llega por la esquina. Ante la presencia de “P” sonríe, baja la cabeza. Él le levanta el mentón con dos dedos. Con dos dedos entreabre sus labios. Ella cierra los ojos.
-¿Cómo va el tatuaje? –le dice.
-Bien, me he puesto la pomada.
-¿Sientes comezón? Yo sí.
-Sí.
-Tengo algo para ti. Primero vamos al cuarto y ahí abres el paquete-. Le entrega los libros.
En el aislamiento del cuarto “P” se siente cómodo. Fuera está un mundo. Dentro existe otro: ampliado, hecho de cuero y fuego, de metales y sangre.
-¿Qué pasará hoy, qué me enseñarás? –se sienta en la cama.
-Desenvuelve tu regalo.
Ella rompe el papel negro, desliza el cordel y libera los libros:
-“Historia de O” de Pauline Réage. “El erotismo” de Georges Bataille.    
-Léelos, entenderás muchas cosas.
Ella baja la vista mientras él abre la maleta de piel y extrae la venda.
-Quiero decirte algo…
-Yo también –dice él, sin verle.
-Yo… ya había leído el libro.
-Lo sé –dice “P” sin mirarla mientras saca la venda.
-¿Lo sabes?
-¿Por qué crees que te inicié tan rápido? Te reconocí en cuanto te vi. Eres como yo. Cuando mis amigos y yo, cuando el director de cine cuyo nombre siempre olvidas y el actor que tanto te gustó, te encontramos en la calle, supe quién eras. Mejor dicho qué eras. Lo vi en tus piercings. Lo noté en tus ojos.
-Eso no es cierto –Él la encara. Se sienta a su lado, en la cama.
-¡No me hables así! ¿Cuántos amos has tenido antes?
-No he tenido amos, eres el primero…
-Pero tú sabes de este mundo. Alguien te enseñó ciertas cosas.
-No como tú. Y jamás he conocido otra sumisa.
-Te quiero 24/7… pero es imposible mantener el ritmo. Acabo de conocer a una sumisa en Facebook. Ella me recordó eso. Es imposible mantener el ritmo sin que involucres el corazón. Es mejor vernos de vez en cuando. Pero a veces te necesito.
-Yo necesito tu dolor, el que me das…
-¡No vayamos a terminar vainillas! Espaciemos los encuentros. Yo ahora viajo mucho. Es mejor así. Ahora te diré lo que quiero que oigas: no soy un sádico… a ver, déjame pensar… debe haber un porcentaje de amos que buscamos más que eso solamente. Quiero decir: soy un sádico pero… -trata de encontrar las palabras adecuadas-, a veces tengo periodos largos… –él baja la vista, ella mira ese perfil alargado por la barba crecida, negra, dónde ya rayan algunas canas, un perfil de ave rapaz-. Tengo periodos de asexualidad. Me retraigo a mi mismo. Busco. Leo evangelios apócrifos, ¿sabes que tengo una tradición de escribir cuentos al estilo de evangelios falsos cada Semana Santa? En fin, la cuestión es que el sexo no me da mucho. Siempre quise más: alcanzar otra cosa. Nosotros, los de este mundo, somos quienes más nos acercamos a una revelación. Lo que se llama TopSpace: ver cosas, tener visiones mientras inflijo dolor. Tú has alcanzado el SubSpace: las visiones que una sumisa o una esclava, que no es lo mismo… son grados… en fin, tú has experimentado visiones…
-¿Qué buscas?
-No sé… ver… saber… Desnúdate. Te pondré la venda.
Ella lo hace. Él lo hace. Y también se desnuda. “P” la atrae hacia él. Recuesta el cuerpo tibio de “K” sobre su cuerpo, le penetra por detrás. Pasa un brazo alrededor de su cuello, ella siente que le asfixia mientras le penetra con fuerza. Entonces ”K” se sorprende. Sobre ella siente la tibieza de otro cuerpo. Alguien le penetra por la vagina con un pene duro, largo, grueso. El cuerpo sobre ella pesa. Le penetran con delicadeza primero y con furia después. Ella separa las piernas, abierta, fluyendo, sorprendida. Siente una abundante cabellera larga que se suelta sobre su cara. Separa los brazos, se entrega. Es una “X” humana. Una cruz de San Andrés. Una cruz de aspas… un molino de viento entre dos vergas que le muelen por dentro.
Los tres se duermen un rato. “P” despierta primero. Va a la mesa y se sirve agua de la botella de cortesía del hotel. “A” abre los ojos ante el ruido.
-¡Qué bonita… y joven! Es casi una niña… es aún mejor en persona que en las tres fotos que subiste a tu muro de Facebook.  
-¡Ah, anduviste curioseando! Una niña, quizá, que sabe más que tú y casi cualquiera con las que he estado antes. Por eso me ha enganchado. ¿Aún duerme?
-Sí ¿A poco sí te enganchaste?-. Ella se desabrocha el cinturón con el pene de cuero adosado. Él no responde.
“P” la llama con un dedo. Le ofrece agua. Ella va a coger el vaso cuando él lo acerca a sus labios. Le obliga a beber hasta que el agua se vierte y escurre de su boca. Escucha cómo golpea el vidrio frío en sus dientes y se deleita en la maldad que siente al empujar el cristal, hiriéndole la parte interna de sus labios.
Ella se deleita en el ligero dolor.  
-Ven –“P” coge la mano de “A” y la lleva al baño. Le pone debajo de la regadera y mira largamente ese cuerpo moreno, esa mujer casi tan alta como él y de caderas anchas, de nalgas maravillosamente redondas, de tetas turgentes. Pone una mano en su vientre, mete un dedo en su ombligo. Abre la llave y voltea el cuerpo de “A” de modo que quede mirando la pared. Se la folla por detrás y desde atrás. Le levanta una pierna. Sigue con ella, hacen ruido. “K” asoma tímidamente la cabeza por la puerta del baño. “P” voltea sin dejar de moverse dentro de “A”.
-Ven, pasa, no te quedes ahí.
“K” entra. En la mano lleva la venda que deja caer al suelo. Ver el cuerpo delgado y más bajo de “K”, sus pechos pequeños, el tatuaje, las perforaciones, al lado de la morena “A” es para “P” un contraste salvaje. Parecen una niña y una bacante juntas. En cierta forma lo son. Pero a la vez es un engaño. Una sabe más que la otra y eso lo sabe.  
-“K” te presento a “A”, mi primer “amor”, entre comillas… alguna vez modelo y la mujer que me envidiaron mis compañeros de universidad… con diversión de nuestra parte…
“A”, penetrada aún, mira atrás.
-Un placer… -gime cuando “P” le abandona, le lastima al retirarse de ella.
-Preséntense como es debido, ahora vuelvo.
“P” sale escurriendo agua y va a por el dildo con cinturón. Vuelve bajo la regadera. Lleva el cinturón sobre el hombro. Las chicas se besan, se acarician. “A” mete los dedos en la vagina de “K” y ella hunde un dedo entre las nalgas de “A”. Ambas tienen los ojos cerrados. “P” pone una mano sobre el hombro de “K”, le toca las nalgas con la otra mano. Coge el cinturón y comienza a abrocharlo en la cintura de “K”. Luego le obliga a penetrar a “A” pero “K” no se siente obligada, es, para ella, un verdadero placer entrar en ese sexo moreno, rojo por dentro como una boca, de “A” mientras “P”, a la vez, arremete fuerte por su ano.
En la cama, después, entre sábanas y toallas, desnudos los tres, las chicas le hacen preguntas a “P”:
-¿Has amado a alguien alguna vez?
-No lo sé… en su momento parecía que te amaba, ahora parece que amo a “K”… No, esto no es amor. Es tan solo exploración. Búsqueda. ¡Nenas, me hacen decir mamadas! Mejor dénmelas ustedes. Ven aquí –coge de la cabeza a “K” y le hunde la cara en su vello púbico-, y quiero que hables hasta que yo te lo ordene.
-¿Y yo qué hago?
-¡Ah, te está gustando esto! ¿Eh? Será un largo fin de semana...
“P” acerca el cuerpo de “A” y alcanza sus tetas, le chupa los pezones.
-¿De verdad no has amado a nadie? –pregunta “A”.
-Deja de hablar tú también y ocupa el lugar de ella.
-No lo creo…
-Dije que no hablaras, pequeña.
“K” baja la mirada.
-Iremos mañana a comer juntos, quiero bailar con ambas, quiero que me vean con ambas… la vida ha llegado a mí. Quiero vivir lo que me quede al máximo. Eso implica no amar. ¿Ustedes han amado a alguien?
Las chicas se detienen. “P” les pone un dedo a cada una sobre los labios húmedos de líquido seminal. Les da instrucciones de colocarse de rodillas, contra la testera de la cama, luego con las manos les empuja por la espalda para penetrarles por turno por el culo.
-Ahora quiero que contesten: ¿han amado a alguien?
-No –dicen ambas. “P” se turna para penetrarlas. Se corre en el ano de “A”.
-¿Y tú? –dice “A” girando el cuerpo sobre la cama.
“P” se limpia el pene en las nalgas de “K”. Se levanta. Se viste. Coge el teléfono móvil de “A”, lo revisa.
-Voy por algo para cenar.
Abre la puerta y avisa:
-Las quiero dormidas a mi regreso porque yo escribiré la crónica para el blog y la subiré.
Luego cierra. En el pasillo del hotel murmura: “no es cierto”. Pero no aclara si él nunca ha amado a nadie o sabe que ellas no lo han hecho jamás. Y mientras, va escuchando y viendo un video que encuentra en el moderno móvil de “A”:



lunes, 21 de mayo de 2012


El Trance
Las cinco horas de “K”. “P” llama a “K” a las dos de la mañana. No le interesa si ella duerme o se mantiene en vela. Ella tiene que hacer lo que él le ordena.
-En media hora en la plaza…
-Sí, mi Señor –dice ella.
-No, todavía no, mi amor –dice él-, eso tengo que ganármelo. El ritual de iniciación dice que debes llamarme “Señor” pero eso se gana. Llámame “P” y cuando sientas que me he ganado tu respeto, que te he enseñado a conocerte… entonces tú sola sentirás ese deseo… ahora ve a la plaza y espera.
            “P” y “K” se encuentran. Ella esta sentada en una banca. Un policía vigila en la esquina. Ve a la joven que sonríe. “P” se llena de lujuria que intenta controlar. Es excitante ver la reacción del policía que mira a la joven, casi una niña, que sonríe ante el hombre de barba, vestido de negro, que rompe la noche, se introduce en la plaza, como una especie de cuervo o ave aciaga sobre la presa. Ve a la chica que echa atrás los hombros (permanece sentada) y cierra los ojos cuando él levanta su mentón, su cara, para besarle los labios. “P” muerde hasta que sangra la boca entreabierta de ella. Pasa una mano debajo de la axila derecha, le levanta. Se van caminando sonriendo de un chiste que solo ellos comparten. Hacen seña a un taxi, abordan. El policía mira aturdido, un poco más envidiando que aturdido…
            En el hotel “P” hace sentarse a “K” sobre la cama. Están vestidos. Él le tiene recostada sobre su cuerpo, como a una niña pequeña.
-Tengo la llave de la casa vacía de una vieja tía que acaba de morir –explica-, ese será nuestro lugar. Le llamaremos “el pozo”. Mañana te llevaré a conocerlo. Cuando te llame te diré: ve al pozo e irás, solícita. ¿Es un acuerdo?
-Sí… -dice ella, levanta la cara pidiendo un beso.
-No –dice él -, ahora desnúdate-, te enseñaré el fuego…
-¿Y me quemará?
-Te quemará… con otro conocimiento… -ríe-. Sé que suena mamón pero es cierto. Termina y ven. Puedes mirar.
Él se desnuda. Abre la maleta de piel. Ella se acerca y mira, estira los ojos. Pinzas de metal, como para tender la ropa limpia, velas rojas, las esposas y una venda.
-Te vendaré los ojos, recuéstate en la cama, bocarriba.
Ella obedece.
-Estira los brazos y piernas. Los brazos sobre la cabeza.
Ella lo hace.
“P” le coloca las esposas en las muñecas y los tobillos, haciéndole formar una “x” humana. Cierra las esposas sobre los barrotes de la cama. Le pone la venda. Trabaja unos minutos encima de ella, con un dildo que hace penetrar en su ano y vagina. Cuando ella está a punto de experimentar el orgasmo, mojada como un pez recién pescado, él deja de manipular el dildo que le deja muy dentro de su vagina. Ella gime y tuerce la boca, se muerde los labios. “P” extrae una “Gag Ball” y la mete bruscamente entre los labios de ella. La cierra detrás de su nuca. Pone las pinzas en los pezones erectos. “K” se retuerce un poco.
-Tranquila –dice él-, aún no empezamos…
Enciende una vela roja. Acerca la llama a los pechos. Ella percibe el calor, respira agitada. “P” deja gotear la cera poco a poco, lentamente… En un momento dado crea ríos rojos en sus senos, su vientre. Escurre dos gotas sobre los labios de su sexo. “K” echa la cabeza a un lado. “P” retira el dildo y ocupa el lugar del juguete. Entra suavemente, luego con fuerza, brusquedad, mientras penetra el anillo rosado de su ano con rapidez.
Esta vez, sabe, no alcanzará ningún estado alterado de conciencia, está cansado pero quiere enseñarle a ella algo nuevo, quizá…
“K” escurre saliva por las comisuras de la boca. Cuando él termina dentro de ella parece dormirse sobre su cuerpo atado. Abre los ojos. Niega con la cabeza. Entra al baño. Se pone a cagar un rato, pensativo. Se ducha. Bajo el agua tiene pensamientos inconexos, escenas rápidas. El agua no es solución ni consuelo. Pega la frente a la pared de mosaico. La golpea con los puños. Se seca a medias con la toalla. Vuelve a la cama. Mira, contempla a “K” con detenimiento. Parece que ella se ha dormido. Penetra en su vagina con dos dedos, tres. “K” se mueve, despertando bajo la venda. Él mueve los dedos diestramente, toca, hunde las yemas dentro, los introduce más, ella se retuerce como puede. Es él una extensión de un látigo eléctrico que a ella le recorre el cuerpo. Le irradia. Levanta la cadera, dándose. Cuando parece que ella va a ser sometida al orgasmo él retira la mano. Le deja así, le mira. Ella no entiende bajo la venda. Pasan unos minutos que parecen largos. Vuelve él a repetir lo mismo, esta vez son cuatro dedos, cinco. El puño completo. Ella se expande. Abre los ojos bajo la venda. Es brutal pero distinto. Levanta la cadera. Dolor y placer son uno. Él entra y saca el puño. Extiende los dedos dentro. Desgarra.
-¿Estás bien? –Ella asiente con la cabeza -¿quieres que siga? –ella se curva, babea, llora, afirmando con la cabeza.
“P” gotea líquido seminal. Ha mojado el colchón. De repente, sin avisar, saca la mano. “K” está agotada pero aún así se deja fluir en un chorro de orina con sangre. Gruesos lagrimones escurren bajo la venda. Su cara cae sobre su hombro. “P” se recuesta a su lado. Retira las esposas. Ella no se mueve, dormida o desmayada. “P” la abraza. Duermen hasta las 7 de la mañana, hora en que suena la alarma del móvil de él. “P” le indica a “K” que se levante, que se vista, pide que le acompañe. Ella accede.
-¿Has visto el tatuaje en mi espalda?
-Sí –dice ella-, pero no creí conveniente preguntar.
-¿Qué? ¡No, mi amor! ¿Cómo puede ser eso? Cuando quieras preguntar algo, hazlo… me lo hice hace tres días. Mi amiga “J” estaba chateando conmigo, de pronto se me ocurre decirle que quería hacerme un tatuaje, un símbolo céltico, el Triskel… un Triskel modificado que contiene las letras S.S.C. en cada una de sus alas o piernas. Es el símbolo de la gente que, como tú y yo, vivimos un tipo de sexualidad distinta. 

-Sí: exploradores de la carne… buscadores… eso dijiste alguna vez… ahora voy entendiendo.
Ambos ríen.
-¿Lo quieres? ¿Quieres este símbolo en tu espalda, como el mío?
Ella lo mira. Le dice sí sin titubear.
Cuando “K” se sienta en la silla del tatuador, con la espalda desnuda y los pechos sobre el respaldo de la silla, “P” fotografiará todo el proceso. Ella escucha el sonido de la aguja eléctrica, que le recuerda la sesión del dentista, y se pone nerviosa. Cierra los ojos.
-Debe dolerte, nena, sólo así el tatuaje significará algo…
“P” extrae del bolsillo de su pantalón una hoja doblada y comienza a leer:
“Yo te heriré sin ira alguna,
Sin odio –como un carnicero-
Como Moisés hirió la roca
Y haré que broten de tus párpados
(…)
Las aguas de los sufrimientos.”
El tatuador demora un poco, espera la señal de “P” que deja de leer y asiente con la cabeza. Apaga la aguja eléctrica. Ella mantiene los ojos cerrados, la cabeza baja. El tatuador extrae una aguja hueca y un martillito. Comienza a trabajar con “K” usando un antiguo artilugio tribal. “K” intenta soportar el dolor. Cada golpe es una aguja de fuego que le penetra la espalda. No se mueve. Soporta. “P” sigue leyendo, son los versos de Baudelaire:
“Yo soy la herida y el cuchillo,
La bofetada y la mejilla,
Los miembros soy y soy el potro
Y soy el reo y el verdugo.”
“K” navega en el dolor, sus parpados aletean. Por un instante parece que va a desmayarse. El tatuador cesa. Él y “P” la atan a la silla con correas. El tatuador sigue su trabajo. Da golpecitos con el martillito sobre la aguja hueca que poco a poco deposita la tinta negra y gris bajo la dermis.
“Soy de mi corazón vampiro…”
“K” no escucha, no mira, el tiempo se le dobla, deja de importar. Parece que se duerme. Navega, sobrevuela, olas de dolor que parecen alas… son alas que le remontan lejos, muy alto, sobre colinas plácidas que chisporrotean hiriéndole la espalda con cien mil chispas incandescentes.
-¡SubSpace! –pronuncia “P”.                     
Y el dolor de ella no acaba pero ya no es dolor. Y no tiene palabras para saber qué es o cómo describirlo. 

lunes, 7 de mayo de 2012

La iniciación

A las 10:33 a.m. “P” despierta. Quizá se ha pasado un poco con “K” (eso le hace sonreír) sin embargo no ha dormido mucho. Ha estado revisando el blog con las crónicas, el muro de Facebook… pronto muchos seguidores, amigos, gente de su pasado, o simplemente seguidores, podrán identificarse en la historia que escribe. Todos serán personajes. ¿Acaso no dijo Shakespeare que el mundo era su escenario? Para “P” la realidad es un escenario.
Siente una modorra exquisita. Se lava la cara. Va al refrigerador y desayuna una copa de vino tinto y una rebanada de pastel de chocolate que aún sobra del cumpleaños de su hermano, el pasado 3 de mayo.
Saca algunas de las cosas de la mochila de cuero para el aseo personal. Su padre se ha levantado y duerme en el sofá de la sala. Ya hace calor. “P” se toma su tiempo, disfruta, lentamente, su ir y venir por la casa. Por fin coge el resto de las cosas y las arroja a la mochila. Revisa entre sus papeles, encuentra una hoja, la pone cuidadosamente en una carpeta de cuero y la cierra. La mete a la mochila. También agrega el collar de prueba, el consolador, la venda negra y la vela blanca. Coge una rosa roja y una rosa blanca de un florero, las envuelve en periódico mojado y todo lo agrega a la mochila. Sale. Aborda un taxi. Está un poco mareado por la excitación y la falta de sueño. “Es mejor así –piensa-, como siempre, no necesito meterme nada y estoy en onda…”
El taxi le deja al borde de la calle, “P” aún camina unas calles. Va evadiendo el calor matutino. Llega al hotel. Saluda a la chica del turno de mañana. Trata de abrir la puerta, se demora algo porque la llave no entra. Por fin abre. “K” está dormida o eso parece. También se ha orinado y ha mojado sábana, colchón y su propio cuerpo. La orina se extiende por debajo de su vientre, los pechos.
“P” abre las esposas diestramente, se concentra en ello, lentamente, sin prisa. Los pies de “K” caen sobre el colchón. Ella abre los ojos. “P” apenas le mira. Desata las cuerdas de sus tobillos y muñecas. “K” hace ruiditos bajos a través de la Ball Gag.
-Tranquila, tranquila… ya estoy aquí…
Le retira la Ball Gag. Entonces mira su cara. Ha llorado, tiene los ojos rojos y manchas de lágrimas. La saliva escurre por su mentón. Huele a orina, saliva y tiene sangre seca en los labios. Ella respira profundamente, suspira. “P” la abraza. “K” se queja.
-Estoy aquí, no te avergüences de nada… llora, grita. Hazlo ahora…
Ella suelta un suspiro profundo como un mar de pena y fluye, llorando. Llora y no deja de llorar. “P” goza, extasiado, conmovido, excitado. Le acaricia el pelo. Le acaricia las marcas de las cuerdas en muñecas y tobillos. “K” llora, no deja de llorar.
-Eso es, bebé… llora… así, así, deja que salga…
Ella intenta decir algo pero los sollozos se lo impiden. “P” sigue acariciándola. Entonces escucha apenas lo que ella quiere decir.
-¿Cómo? ¿Qué dices?
-Vi… -es un mar interminable de sollozos, de lágrimas-, vi algo…
-Sí, lo sé… ¿qué viste?
-Ahhh… -con dolor en las muñecas ella abraza el cuello de “P”- vi luces de colores… luego un hombre en llamas…
-Sí, cuéntame… quiero saberlo todo…
-¡Ese hombre eras tú! –ella lo abraza, se encoge como un bebé, se acurruca en las piernas de él. Él la acuna. “P” percibe cómo brotan dos lágrimas calientes, que llegan hasta su boca, saladas, a través del bigote. Exhala de puro conmovido.
-No cualquiera ve la primera vez… eres privilegiada… ¡y yo lo sabía! Te busqué mucho tiempo… tanto… incluso practiqué el matrimonio en busca de una esclava… ¡y estás aquí, ahora!
Ella dice algo por lo bajo, sin dejar de abrazarse a su cuello, la cara hundida en el cuello de él. “P” llora sobre el cabello de “K”. Percibe que ella quiere decir algo.
-¿Cómo, qué dices mi bebé?
-Eso crees ahora… pero aún falta tiempo… te has rendido a mí… aunque no eras virgen lo eras para este mundo al que recién has llegado. Ahora me pedirás que te ponga en peligro: que te azote, que te marque con hierros candentes, que te corte la piel con navajas… yo podría hacerlo pero este mundo se rige por reglas muy claras. Ahora estás vencida. Tu voluntad se ha derrumbado. Has renacido…
-Sí –dice “K”- ¡me siento viva! –vuelve a llorar…
“P” va desnudándose como puede, se quita la camisa y la camiseta, pasa a “K” a la cama de manera cuidadosa. Desabrocha su cinla de puro conmovido.
-Eso crees ahora… pero aún falta tiempo… te has rendido a mí… aunque no eras virgen lo eras para este mundo al que recién has llegado. Ahora me pedirás que te ponga en peligro: que te azote, que te marque con hierros candentes, que te corte la piel con navajas… yo podría hacerlo pero este mundo se rige por reglas muy claras. Ahora estás vencida. Tu voluntad se ha derrumbado. Has renacido…
-Sí –dice “K”- ¡me siento viva! –vuelve a llorar…
“P” va desnudándose como puede, se quita la camisa y la camiseta, pasa a “K” a la cama de manera cuidadosa. Desabrocha su cinla de puro conmovido.
Ella intenta decir algo pero los sollozos se lo impiden. “P” sigue acariciándola. Entonces escucha apenas lo que ella quiere decir.
-¿Cómo? ¿Qué dices?
-Vi… -es un mar interminable de sollozos, de lágrimas-, vi algo…
-¿Qué es lo que viste? –pregunta ella.
-Eso no te lo diré… es sólo para mí… lo único que puedo decirte es que escuché el llanto de un bebé… allá, lejos…
“P” se sienta al borde de la cama. Encoge las piernas. Hunde la cabeza entre las rodillas. “K” supone que él alude a su pasado pero no pregunta. Algo le dice que no pregunte.
-¿Quieres seguir adelante? –pronuncia sin verla.
-Sí…
-¿Quieres seguir adelante?
-Sí, sí…
-Sí… sí quiero… -ella titubea, baja la vista, levanta la cabeza, con los dedos toca el hombro de “P”- ¿veré cosas como las que vi esta noche?
-Muchas más… y sentirás cosas que nunca has sentido… esta noche te hundiste en el Sub Space… dime ¿qué droga te provoca eso?
-Una vela ritual siempre debe encenderse con cerillos, jamás con encendedor…
-¿Qué?
-Ya irás aprendiendo poco a poco.
“P” se acerca a la cama. Coge de la mano a “K”. Tira de ella para que pise el suelo. La acerca a la mesa. Extrae el papel de la carpeta.
-Quiero que leas esto… luego me dirás si accedes a hacerlo.
“K” lee con atención. Sus ojos se abren conforme lee. Al final sonríe.
-Sí, quiero.
-Te pregunto una vez más y por última vez ¿quieres hacerlo? El mundo en el que yo me muevo tiene reglas, pero esas reglas se han escrito para que ambas partes lleguen a un consenso dónde el placer y el dolor, las antípodas del ser, se curven, se tuerzan en un círculo, un cabo de cuerda mediante el cual los amantes sepan hasta dónde apretar el nudo… ¿accedes, pues a entrar a mi mundo? En él encontrarás a muchos como nosotros y te sentirás protegida, amada y aprenderás muchas cosas… sobre todo de ti misma.
-Sí… sí quiero… -ella titubea, baja la vista, levanta la cabeza, con los dedos toca el hombro de “P”- ¿veré cosas como las que vi esta noche?
-Muchas más… y sentirás cosas que nunca has sentido… esta noche te hundiste en el Sub Space… dime ¿qué droga te provoca eso?
-Entonces… adelante…
-Lee siguiéndome…. ¿vienes a mí de tu propia voluntad?
-Sí, vengo libremente.
-¿Aceptas libremente que te someterás a mi hasta la medianoche del día 5 de mayo de 2013?
-Sí, soy desde hoy tu esclava hasta entonces.
-¿Juras solemnemente por todas las cosas que consideras sagradas que me darás cuanto pida, totalmente, sometiéndote sin trabas, a mi disfrute de ti durante ese tiempo?
-Sí, lo juro por todo lo sagrado, mi Señor.
-Repite conmigo: juro solemnemente someter a tu voluntad mi corazón –ella toca su corazón y el de “P”-, mi mente –ella toca su frente y la de “P”-, y mi alma –ella toca sus labios y los él-. Juro solemnemente obedecerte inmediatamente, sin reserva y sin vacilación en lo que me pidas. Juro solemnemente parecer hermosa a tus ojos y sonar graciosa a tus oídos.
“P” levanta la barbilla de “K”, de manera instintiva ella echa los pechos hacia delante.
-Soy tu Señor.
-Eres mi Señor.
-Soy tu Amo.
-Eres mi Amo.
-Soy tu dueño, eres mi esclava, tu cuerpo es mío, tu boca es mía, sirves a mi voluntad, a mi palabra, a mi placer.
-Eres mi dueño, soy tu esclava, mi cuerpo es tuyo, mi boca es tuya, sirvo a tu voluntad, a tu palabra, a tu placer.
-Sí… sí quiero… -ella titubea, baja la vista, levanta la cabeza, con los dedos toca el hombro de “P”- ¿veré cosas como las que vi esta noche?
-Muchas más… y sentirás cosas que nunca has sentido… esta noche te hundiste en el Sub Space… dime ¿qué droga te provoca eso?
-De la misma forma que he hecho uso de esta flor hago uso de ti. Viniste desnuda a mi… -“P” extrae el collar de prueba y lo abrocha alrededor del cuello de “K”-, lo usarás siempre que te lo ordene… -“P” amordaza la boca de ella con la venda negra-, hablarás siempre que te lo ordene… Tu cuerpo está para mi placer. Muéstralo. Levántate y enséñame las nalgas.
“K” lo hace. “P” inserta el consolador en su ano expuesto, hasta el fondo.
-Mi voluntad penetra las barreras de tu cuerpo. Ahora póstrate.
“K” toca con la cabeza el suelo.
-Soy tu Señor. No aceptarás a otro y sólo a mi rogarás que te posea.
“P” pone un pie sobre la espalda de ella. “P” le azota las nalgas tres ve; mso-fareast-language: ES-MX;">Apaga la lap top. Termina de leer. Asiente con la cabeza. Pronuncia en voz alta, casi grita:
-Así es… ¡así es!
Luego intenta dormir, sin mucho éxito.